ERNESTO RODRÍGUEZ MEDINA | El Nuevo Siglo
Sábado, 18 de Octubre de 2014

El determinante moral

 

San Ignacio de Loyola, fundador de los jesuitas y creador de los Ejercicios Espirituales en el mundo católico, aconsejaba tomarlos con ánimo contrito y voluntad de enmienda, pero sobre todo buscando los senderos del espíritu y no de las prebendas materiales. Todas estas reflexiones nos vienen a la mente con ocasión de los "retiros" convocados por la dirigencia conservadora, para analizar su actual papel en el escenario político de cara a la llamada "Unidad Nacional" y su papelón de verdadero "sanduche" entre el santísimo y uribismo, visceralmente enfrentados en su lucha por el poder. Lo primero que deberá hacer el partido es darse cuenta de su profunda crisis por culpa de sus devaneos burocráticos.

Hace ya mucho tiempo que la doctrina -esa tan cara a los afectos de Miguel Antonio Caro y de Laureano Gómez- ha estado ausente de las grandes decisiones conservadoras. Gracias a ello “el partido está eternamente partido” en dos  grandes vertientes y ha olvidado  su esencia y su deber ser. Su determinante moral, que no es otro que su talante doctrinario del que siempre nos habló Álvaro Gómez, ha perdido su norte.

Los ideólogos conservadores se han preocupado, desde siempre, por fijarle límites éticos a la libertad, en evidente contrapunteo con ese hirsuto liberalismo que concibe solo a la sociedad a través de un visceral individualismo.

Ya José Eusebio Caro nos advertía que “La libertad política no es un principio sino un fin” y que “los pueblos que han querido poseer esa libertad, sin otra base que una Constitución escrita, solo han logrado dividirse y despedazarse... pero no han podido ser libres”. Por ello es que Caro criticó siempre la libertad como fin del Derecho y del Estado y sentenció que “la libertad absoluta suprime el poder y el poder absoluto suprime la libertad”.

Los hombres deben vivir en sociedad, acatando la ley que es la única garantía de la coexistencia de esas libertades y su equilibrio colectivo, así como la armonía entre los derechos y deberes individuales y colectivos. Pero sobre todo está el cumplimiento del deber en contraprestación del ejercicio del derecho. Históricamente nuestro conservatismo nació como reacción a la utopía liberal de la Revolución Francesa. No en vano Mirabeau, al final de su corta vida, se lamentaba de que “lo que nos hace falta no es una declaración de derechos, sino una declaración de deberes”.

Los pensadores de la Antigüedad nos enseñaban que la verdadera libertad es “la falta de libertad para obrar  mal” y los cristianos nos inculcaron que desviarnos del camino recto es libertinaje. Ese libertinaje es el que hoy ha permeado todo la urdimbre social e institucional nacional, con tintes de galopante corrupción y que, como un nuevo Sida, está destruyendo nuestras defensas morales tanto en el quehacer como en el pensar...

Antaño el liberalismo tenía un dique en las ideas conservadoras, que evitaban el desbordamiento demagógico de sus tendencias materialistas. Hoy actúa en forma acelerada un peligroso pragmatismo, alimentado por un no menos peligroso populismo, que amenaza erosionar el alma misma de nuestras ideas conservadoras.

Es el protagonismo de una clase política sin clase que le ha dado vacaciones a la ética. Es el imperio del facilismo. Por eso es que algunos nuevos  líderes conservadores -a la cabeza de los cuales se encuentra Marta Lucía Ramirez- están empeñados en poner grandes mojones de responsabilidad ética a ese auge libertario, haciendo retornar la dignidad y la decencia al quehacer político cotidiano.

ernestorodriguezmedina@gmail.com