El gran debate
SIGAMOS con el tema de la semana pasada. Ahora que arranca una nueva etapa en todo lo relacionado con la dirección, regulación y control de nuestra televisión, deberíamos encarar el gran debate sobre sus contenidos. Lo que sucede es que nadie lo ha hecho con seriedad. Con los desarrollos tecnológicos la discusión se ha centrado más en la forma que en el fondo y con pretextos constitucionales -“En Colombia no habrá censura”- el análisis de fondo se ha esquivado.
Los adversarios de cualquier cortapisa a los abusos en este campo alegan que las regulaciones van en contravía del libre flujo de la información y de lo que en la Unesco se ha conocido como la libre expresión. Sin embargo, esos mismos críticos ignoran que nuestra Carta del 91 es muy clara en la defensa de los valores y de los derechos de la familia y de la niñez.
La anterior y tan poco lamentada pero sí lamentable CNTV fue un verdadero “Rey de Burlas” en todo lo relacionado con meter en cintura a los programadores que abusaban de los contenidos violentos y pornográficos, y mucho nos tememos que la nueva y flamante Agencia no va a enmendar la plana. Todo este tema es espinoso y de difícil tratamiento. Mas, sin embargo, lo único cierto es que la sociedad reclama que su derecho a la información y a la recreación tenga una mínima responsabilidad social en las emisiones televisivas, hoy -por lo demás- convergentes con la Internet.
La radio y la televisión no pueden entrar impunemente a nuestros hogares con licencia para enlodar los más sagrados principios familiares, como son la decencia, las buenas costumbres y los niveles mínimos de respeto y convivencia social.Comprobar que un chico inglés, viendo su serie favorita, aprendió cómo matar usando un martillo y acabó con los días de su progenitora, es la prueba fehaciente de nuestro aserto. O cómo nuestros noticieros criollos recrearon las lecciones de Internet de cómo hacer “papas bombas” a raíz de la muerte de tres universitarios al parecer comprometidos en semejante experimento, nos está demostrando cómo hoy los niveles de desenfrenada violencia, así como de sexo explícito, están adueñándose de nuestros monitores. La desinformación o la tendenciosa información. La ordinariez de lenguaje o la truculencia de los culebrones. La profundización noticiosa en escenas repugnantes. La violación de la privacidad y la liviandad como se trata la honra. Todos desmanes que están demandando a gritos unas pautas mínimas de comportamiento de los concesionarios, editores y productores.
No se trata de coartar la libertad. Nuestros programadores deben tener en cuenta la sensibilidad de sus audiencias y el peligro de ofenderlas y violentarlas. La primera regla de oro debería ser el respeto debido a la dignidad de la persona humana. Pulitzer enseñaba que uno no debería escribir algo que no pudiera sostener como caballero. Esa debería ser la pauta de nuestra programación.
El boom de las TIC y el afán de lograr sintonía no puede ser excusa para nivelar por lo bajo la calidad de nuestra televisión. Si las nuevas autoridades encargadas de la vigilancia toman en serio su labor tienen aquí una misión que cumplir.
ernestorodriguezmedina gmail.com