Esa especie de elección uninominal al Senado | El Nuevo Siglo
Domingo, 16 de Abril de 2017

En anterior escrito hice referencia a lo que algunos denominan la democracia de partidos, que es la que a rige desde la Carta de 1991. La idea de quienes entronizaron el poder de los partidos de manera constitucional y oficial en Colombia, a mi manera de ver, dado el espíritu que prevalecía por esos días era la de fortalecer los partidos y movimientos políticos, con miras a favorecer la democracia representativa. Algo similar ocurre con la elección uninominal de los senadores. Se pensaba que se fortalecerían los que tuviesen más votos y que, tal vez, eso era más democrático. Cómo si el mayor número de votos enriqueciera el aporte futuro del político, a sabiendas que a veces los que más votos sacan son los que menos participan en los debates del Congreso. Otros, consideraban que al moverse  por todo el país haciendo política, como en una suerte de mini campaña presidencial, se crecerían sus figuras ante el público. Lo que haría que los legisladores fuesen más respetados y obraran más de acuerdo con el país nacional. Por ese sistema se abolían las alianzas  non santas que se daban en las listas conjuntas, dado que una suerte de tamiz selectivo, en teoría, protegía la elección de los senadores.

La realidad ha sido muy distinta. En general, los que más sacan votos no son los más prestigiosos, ni los más comprometidos en servir al país, ni los que mejores proyectos presentan. Resulta que opera un sistema de compra y regateo de cupos indicativos, de los avales y de alianzas entre candidatos al Senado, gobernadores, alcaldes y otros elegidos por elección popular e, incluso, se sopesan a futuro como votarán por las cabezas de los organismos de control locales. Es una maraña poderosa de  complicidades la que determina que el arte de la política se convierta en el arte de medrar para sacar después las ganancias suficientes por cuenta del Estado para justificar el quehacer político.

Resulta que, de pronto, aquellos que buscan llegar al Senado por cuenta de su región, de las más necesitadas, no tienen representación pues no se les tuvo en cuanta. Cómo explicar que en un sistema electoral democrático el Chocó, por ejemplo, no pueda tener ni un senador. Lo mismo que otras regiones deprimidas de la  periferia que claman por defender sus intereses en el Senado. ¿Qué democracia es esa que condena a los más pobres a no tener representación en el Senado?

En estos escritos de análisis político no me refiero a ningún senador en particular, sino al sistema. Incluso, me dicen los expertos que hasta los que posan de notables demócratas tiene multimillonarias fundaciones desde las que pasan el sombrero a toda suerte de gentes, a veces mediante el chantaje de hacer eventuales debates, con tal de engordar las cuentas y poder gastar a manos llenas en las elecciones.

Fuera de eso resulta que cuando se armaban listas partidistas por Departamentos, los senadores ponían más votos de los que en general pone hoy un senador uninominal. Así que lo que se hizo es encarecer la política y crear unas canonjías antidemocráticas para favorecer a los senadores y su cuerda. Lo que ha llevado a que hoy los feudos podridos sean más podridos que nunca, más ricos, más poderosos, sin que tengan que rendirle cuentas a nadie, dado que al ser sanadores nacionales, no responden ni por su terruño.

Naturalmente, entre esos senadores se encuentran algunos que valen por el resto, más eso no le quita al carácter antidemocrático y contraproducente que ha demostrado en su vigencia esa figura exótica en la vida política colombiana. No podemos argüir que por la vía de la elección uninominal tenga el pueblo más injerencia en el Senado. Por el contrario, al borrar en la práctica al factor regional que operaba antiguamente en la selección de los senadores, éstos pueden  negociar y comprar votos en distintos lugares o favorecerse con el fraude, que tiene un enorme peso en el país. Y en las regiones ya no opera el voto castigo, puesto que los senadores son nacionales y de ninguna parte en particular.

Lo anterior lo digo con el mayor respeto por muchos de los parlamentarios que conozco y que merecen mi admiración  por su inteligencia, capacidad, servicios al país y a sus partidos. Es el sistema el que perturba y hace mofa entre nosotros de la democracia. Abolir ese sistema perverso requiere de una Constituyente.