Un reguero de vencidos, una ensoberbecida claque de vencedores y la algarabía de quienes le adjudicaron el esquivo favor de los sufragantes a pérfidas estrategias de la inteligencia artificial, aupados por los medios de comunicación ocupados en mejorar sus métricas digitales, nos dejaron con una resaca que no nos dio tiempo de mirar con calma dos esqueletos de hace casi veinte años, dos deudas morales sin pagar, de las tantas pendientes que nos mantienen clavados al pasado.
Si no fuéramos tan básicos ni tan panditos ni tan arribistas ni tan tránsfugas sociales no nos demoraríamos en pagar el costo de nuestros actos ni repetiríamos una y otra vez los mismos errores. Lo que pasa en esta tierra caliente es que nada queda resuelto del todo y guardamos los esqueletos en el closet. Todavía buscamos al cómplice de Juan Roa en el asesinato de Gaitán y tampoco nos ponemos de acuerdo en el papel de Santander en la noche septembrina.
Es el eterno retorno del que habló Nietzsche en La Gaya Ciencia Nietzsche cuando dice que no sólo los acontecimientos se repiten, sino también los pensamientos, sentimientos e ideas, una y otra vez, de manera infinita e incansable.
Como si fuese un anticipo de la celebración mexicana del Día de los Muertos, en nuestro país los esqueletos salen de los closets, los cadáveres políticos siguen insepultos y las deudas históricas se pagan a puchos, como un mercado con tarjeta de crédito. Nada es épico. Ni siquiera las elecciones nos instalan en el futuro.
Nuestro eterno retorno es el precio que pagamos por ser tan laxos moralmente, tan éticamente acomodaticios, tan lábiles existencialmente, tan necesitados del poder y tan lentos para impartir justicia.
Miren si no. Bernardo Moreno, un gris funcionario de la administración Uribe, acaba de ser condenado por la Corte Suprema a cinco años y medio de cárcel por tráfico de influencias, cosa que pasó en 2006. Este exdirector del DAPRE, esa cantera de opaco personal de apoyo del presidente y favores electorales, por fin pagará por haber usado su puesto para halagar al jefe ayudándole en su deseo de repitencia, así tuviera que torcerle el cuello a la Constitución e instrumentalizar al funcionario que se lo permitiera. Es el poder público. Igual, cuando salga de la prisión o de la casa por cárcel, otro gobierno lo contratará. Lagartos como él siempre son útiles para el trabajo sucio.
Pero la semana previa a elecciones, también cayeron los dos de Reficar, no un par de picarones callejeros sino dos expresidentes de una de las cinco empresas más grandes del país: Orlando José Cabrales y Felipe Castilla, quienes pagarán cinco años de cárcel por contratar a dedo en 2007 y causar 27 meses de retraso en la refinería y sobrecostos superiores a $8.5 billones. Quizás creyeron que nadie los tocaría. Igual, cuando salgan, seguro alguna junta directiva les dará asiento. Su acervo siempre será útil para hacer plata. Y como dijo Fico, “plata es plata”.
Juan Carlos Abadía, exgobernador del Valle, será condenado por corrupción porque en enero de 2010 pagó mil millones de pesos por unos libros que costaban 182. Usar a las bibliotecas no tiene perdón.
Para qué pensar en futuros si los esqueletos del pasado están vivos y no merecen conmemoración ni celebración