En todo este año que he estado recorriendo las calles de Bogotá y aprendiendo de la política electoral, me ha llamado mucho la atención el tema de las “estructuras”.
¿Cuáles son tus estructuras?, me dicen, y en mi inocencia o ignorancia electoral respondo que no, que no tengo estructuras.
O sí, una estructura emocional que tiene unos componentes muy fuertes: disciplina, constancia, determinación, ética comprobada y muchas, muchas ganas.
Pero eso a la gente que pregunta por las “estructuras” le suena a esoterismo y utopía.
El romanticismo con el que muchos salimos a las calles a pedirle a la gente que nos apoye con su voto, contrasta con el pragmatismo de la política tradicional.
En este momento hay dos clases de política: la que se basa en las estructuras y la de opinión que se hace en las calles, sin plata, con el contacto directo con los ciudadanos y estableciendo conversaciones con miles de personas que no hacen parte, ni les interesan, las estructuras de los partidos políticos.
La gente cree más en las personas que en las ideologías partidistas. Hay una izquierda que representada por unos líderes y una derecha que también tiene los suyos. Y en el centro, se encuentran los mal llamados “tibios”, un apodo que parece que surgió de algunos influenciadores-periodistas-políticos que pretenden no promover la polarización con su discurso, pero que muchas veces logran todo lo contrario.
La política en el país está cambiando porque la gente ya no come cuento. Si bien hay personas aún le hacen la reverencia al político de turno, son muchos los que tienen la consciencia de que son sus impuestos los que pagan los salarios a los políticos, que es el poder de la cédula en el bolsillo de cada persona la que puede darle un puesto en el servicio público a uno u a otro candidato, y que son los ciudadanos los jefes de los que en esta época estamos pidiendo el voto.
Lo que permanece aún es la forma como muchos políticos de la vieja guardia, y jóvenes que aprendieron las mañas politiqueras manipulan las estructuras. A punta de tamal, lechona, tejas, cemento, la promesa de contratos grandes y chiquitos, dinero en efectivo, compra y trasteo de votos y un portafolio de delitos que incluye el robo descarado de sufragios con tal de obtener una curul.
¿Cómo hacen los candidatos al Concejo y a ediles para financiar campañas de más de mil millones de pesos cuando el salario después cuatro años nunca llegará a esa cifra de “inversión”?
De mi parte sigo creyendo que las campañas no pueden ser costosas y que las que exageran en gastos (que a todas luces son evidentes) y violan los topes de ley, tienen un objetivo claro y es llegar a “devolver” favores, recuperar la inversión y perpetuar la politiquería, la trampa y la corrupción.
Lo positivo de este panorama es que los ciudadanos ya no son bobos, estamos alerta y la magnífica conexión y rapidez de las redes sociales nos permiten estar vigilantes para hacer las denuncias y evitar que los corruptos sigan gobernando.