Hay que ser objetivos: por mucho que repitamos un deseo no se convierte en realidad. Con las mentiras es muy fácil: si se repiten mucho y se dicen con rotundidad acaban convirtiéndose en algo que la mayoría acepta. Pero lo de Feliz 2023 exige decirlo con los ojos cerrados. El panorama es desolador: Rusia sigue devastando Ucrania. Es el holocausto del siglo XXI y algún día sus dirigentes tendrán que pagar y responder ante la justicia.
China retoma el miedo a la explosión de la pandemia y, al mismo tiempo, amenaza a Taiwán. Serbia está en estado de alerta por las tensiones con Kosovo. En Afganistán las mujeres son menos que los animales para los talibanes y millones de niños y, sobre todo, niñas no tendrán futuro. En Israel vuelve a despertar no solo el conflicto palestino sino la tensión con Irán. Y en Irán, la justicia mata, sin rubor, a quien simplemente protesta por la falta de libertad. Y, otra vez más, las mujeres son el primer objetivo de la intolerancia. En Siria, donde el conflicto sigue, los cristianos están siendo masacrados por ser cristianos y en Libia o Líbano la paz se mantiene sobre arenas movedizas. En África, además del hambre y la pobreza extrema en muchos países, la vida no vale nadan en lugares en guerra como la República Centroafricana, Somalia, Chad, Sudán del Sur, Etiopía, Yemen, Burkina Faso, Mali, Níger, Congo... En ese continente, en el que Rusia y China están tomando posiciones de dominio de los recursos naturales por explotar, están siete de los diez mayores campos de refugiados del mundo y los desplazados se cuentan por decenas de millones. Y nada de eso sale en los medios de comunicación del "mundo libre".
En Estados Unidos, además de la permanente, amenaza trumpista y de la rivalidad con China, la frontera con México es el escenario indigno de una crisis humanitaria. Brasil abre las puertas del poder a Lula en un país partido por la mitad. Y en casi toda Hispanoamérica, -Colombia, Argentina, México, Venezuela, Nicaragua, Perú, Venezuela, etc.- peligran la democracia y la convivencia. No, no es un mundo mejor el que ha venido después de la pandemia y el que nos encontramos al comienzo de 2023, más aún cuando las instituciones que deberían ayudar a resolver conflictos se muestran inoperantes o decididamente ausentes. Es un mundo inestable, complejo, a punto del estallido lo que anuncia, lamentablemente, un año duro y difícil.
Como ha dicho el papa Francisco el primer día del año hay que gritar con fuerza "no a la guerra y al rearme" y hay que trabajar por la paz, incansablemente. "Si queremos reconstruir la esperanza, ha dicho Francisco, hay que abandonar los lenguajes y los gestos inspirados en el egoísmo y aprender el lenguaje del amor, que es cuidado". O exigimos responsabilidad y compromiso real a nuestros dirigentes o todo se puede complicar aún más.
Si pretendemos que este 2023 sea feliz, soportable, esperanzador o lo que ustedes quieran, fuera de nuestras fronteras y también dentro de ellas y dentro de cada uno de nosotros, hay que decir adiós a las mentiras a la propaganda y al marketing, respetar y cumplir las leyes, respetar y reforzar las instituciones, construir puentes, buscar encuentros, integrar a los excluidos y a los vulnerables, no dejar a nadie atrás, educar en el respeto y la tolerancia y pensar en las personas, no en los votos. Y, sobre todo, elevar el nivel del diálogo y del debate porque lo que está en juego no es el poder de unos pocos sino la dignidad de todas las personas.
¿Feliz 2023? ¡Ojalá!