Fernando Navas Talero | El Nuevo Siglo
Miércoles, 9 de Septiembre de 2015

BITÁCORA DE LA COTIDIANIDAD

Hace 25 años

ESTA  bitácora se inició el 3 de septiembre de 1990. Gracias a la invitación de Ricardo Morales Casas. “La Constitución y el túnel tiempo” fue su primer título y el motivo no fue otro que comentar el estado de cosas creado por la propuesta del Gobierno de turno de promover una reforma, la que se concretó en la Carta de 1991, ofrecida como la solución a la crisis política que se vivía en ese entonces, a causa principalmente del fracaso del proyecto promovido por la administración del presidente Barco Vargas, además de las frustradas enmiendas de López Michelsen y Turbay Ayala.

Había dejado mi vinculación con el servicio público y como ciudadano independiente contaba, entonces, con toda la libertad de opinión  que garantiza la Constitución, tanto como derecho político y libertad de expresión. El propósito no fue otro que ilustrar a los ciudadanos acerca de la historia constitucional de la nación; de las reformas sufridas por las Cartas expedidas desde 1921, 12 aproximadamente, y cómo ninguna había acertado a resolver el conflicto crónico padecido por el pueblo “soberano”.

También intente lanzarme como candidato del NO al referendo propuesto por el revolcador para convocar una Asamblea Constitucional a fin de devolverle la paz al país. Naturalmente que la pretensión fue rechazada, pues la elección o decisión del pueblo no tenía alternativa. Solamente se podía decir si o si.

Todo estaba fríamente calculado y la asamblea fue elegida y una vez posesionada se transformó en una Asamblea Constituyente, omnímoda por supuesto,  y se prometió organizar el poder de manera tal que se solventaran los sufrimientos de la población instaurando un “Estado Social de Derecho”.

Nada ha cambiado, la situación real sigue siendo la misma. El delirio por legislar no cesa y hasta hoy la Carta del 91 ha tenido 40 enmiendas. La paz no deja de ser un sueño, pues a pesar de la buena voluntad del gobierno de turno, soterradamente hay quienes conspiran para que todo siga igual. Y debe ser así, pues la historia enseña que las reformas suelen ser paliativos que distraen la atención del gobernado y consolidan el privilegio de los detentadores tradicionales del poder. 

La reforma de 1853, ofrecida para reivindicar a los artesanos terminó convirtiéndose en la reyerta entre gólgotas y draconianos, conflicto que dio pie para que se decretara la desamortización de los bienes de manos muertas, medida que a la postre sirvió para que las tierras expropiadas pararan en manos de los terratenientes y, de otra parte, la abolición de los aranceles favoreciera los mercados europeos.

Han pasado 25 años desde que resolví escribir ininterrumpidamente esta bitácora y apartarme del servicio público; adquirí  el derecho a mi pensión de jubilación en esos años y aún estoy reclamándola. La conclusión, definitivamente, no puede ser otra: todo cambia y nada cambia. El Estado social de derecho es una fantasía y dejarles a mis nietos un  país en paz, una utopía.