FERNANDO NAVAS TALERO | El Nuevo Siglo
Miércoles, 8 de Febrero de 2012

Un país descuadernado

En el glosario de frases célebres la historia de Colombia registra algunas que han hecho carrera. El maestro Darío Echandía, por ejemplo, acuñó aquella de que “este es un país de cafres” y que más tarde rectificó en estos términos: “Pues últimamente lo que me parece es que calumnié a los cafres”. También el doctor Carlos Lleras hizo un notable aporte desde su revista Nueva Frontera, cuando afirmó que “el país está descuadernado”. Calificativo que la historia no ha rectificado, a pesar del “revolcón” del 91; por el contrario, pareciera que en estos días está despelotado.
El término “despelote” o “despelotado” parece que tiene su origen en el fútbol y traduce en un lunfardo gauchesco algo así como un juego desordenado o “sin ton ni son”, es decir, que no tiene ninguna armonía, descoordinado, que no sabe a donde va. Todo esto es producto de esa particular dinámica del lenguaje, que no es eterno, y las palabras en su afán de traducir lo que la mente piensa acuden a la innovación de vocablos que en el vulgo hacen carrera. “La humanidad entrará en el tercer milenio bajo el imperio de las palabras” predijo el Nobel colombiano.
Independientemente de que el país esté descuadernado o despelotado, lo cierto es que no hay coherencia alguna en el manejo del poder político según los términos que la Constitución emplea para imponerles a las autoridades de los distintos órdenes el deber de actuar armónicamente. Pareciera que cada uno de los órganos o ramas del Poder Público tirara para su lado. Y, obviamente, este forcejeo no puede producir otra consecuencia que el descuadernamiento.
En el juego armónico del poder, el equilibrio o contrapesos, el respeto por la independencia de los jueces, es un pilar de garantías democráticas; la grandeza del Imperio Británico, se dijo, descansa en la independencia de sus jueces y en su Armada Invencible. Pues bien, el doctor Santos, sin reato alguno y con gran desenfado, no tuvo inconveniente en censurar públicamente la sentencia del Tribunal de Bogotá que impartió una condena al coronel Plazas. Grave error del Presidente. Es más, en un Estado de Derecho debería responder por ese descalabro, pero claro, en un país descuadernado, despelotado y desarticulado, el abuso del poder no es pecado. Con razón decía el profesor Vásquez Carrizosa que “el señor Presidente es la casi totalidad del Estado”, consecuencia del régimen presidencialista vigente desde los orígenes de la República y a cuya causa el constitucionalismo es ciencia ficción. Nadie se opone a que las sentencias de los jueces sean controvertidas por la opinión pública, eso es parte de la democracia, lo que no es permisible es que se piense que los jueces deban pedir permiso para proceder. La quiebra del absolutismo se alcanzó cuando los jueces lograron el respeto de las otras ramas del Poder Público y dejaron de ser soldados al servicio del monarca.