“No importa la rama gruja, pues sabe lo que son sus alas”, han dicho del ave preclaros pensadores. “Si cayere en pedazos el orbe a mis pies, impávido superare las ruinas”, decían los romanos “Se en quien me apoyo”, dijo S. Pablo (II Tim. 1,12) “No tengan miedo, ¡soy Yo quien estoy con ustedes¡”, dijo el propio Jesús de Nazaret (Mt. 14,27).
Son voces que oye sereno el Papa Francisco cuando se alzan fuertes oleadas en su contra, tantas veces suscitadas por algunos que por motivo de desconcierto ante haberlo exaltado pensando ilusoriamente que iba a colmar sus deseos de volver al revés el orden establecido por Dios, otros desesperados ante el reproche de sus hábitos de vida nada cristiana, como distingo de mando en la Iglesia, dado por su sencillez y pobreza franciscana.
Después de un tiempo de exaltación de un Papa mal interpretando su benevolencia y misericordia con aflojamiento en principios y normas tradicionales de granítica contextura, manteniendo base doctrinal de la Iglesia y aporte de infinito valor a la humanidad, se va armando amplia confabulación contra él con la ilusión de echar por tierra su imagen, y, así, quitarle valor a la voz misma de la Iglesia. Lamentablemente también lo hacen personajes de reconocido y exagerado tradicionalismo, con oportunismo insospechado, no por dar base al aspecto positivo de la tradición, sino porque, se ilusionan que así mermará el reproche a sus vanidades.
El Papa Francisco ha caminado en el filo entre la justicia y la misericordia, entre la verdad y la máxima amplitud de ella, en terrenos que al no pisarlos con el debido cuidado pueden ser resbaladizos. Es exigente el Papa con Obispos que deben afrontar fallas de Sacerdotes en casos que merecen firme corrección pero tiene cuidado de no condenar sin pruebas suficientes. Exige el Papa, es manifiesto, p.e. en Amoris Letitia, obediencia a la disciplina de la Iglesia cuando no autoriza, la comunión a casados por la Iglesia separados y casados con otras personas por lo civil, aunque pide trato benigno con ellos, que no se sientan excomulgados de la Iglesia. Agrega, además, algo que hay que entender en su debida dimensión, y es que puede haber personas que, en alguna circunstancias, no se convenzan de esa disciplina y pueden en su conciencia sentirse en paz con Dios.
Que no se piensen que el Papa Francisco, para sostenerse en alto ante la opinión pública vaya a mermar la firmeza de la condena del crimen del aborto, ni dará a torcer el brazo en cuanto a darle viso de matrimonio a contubernios de convivencias entre parejas del mismo sexo, ni aceptará como “muerte digna” “el suicidio asistido”, con rechazo de penas purificadoras que deben ofrecerse a Dios.
El Papa Francisco es un cristiano integro, “varón justo” de aquellos como de Natanael, se puede decir que no hay en ellos dolo ni malas ni pequeñas intenciones con actitudes, que agradan simplemente por su humildad sin búsqueda de honores. Pide honor a la verdad, y a la rectitud, y al servicio fiel a la humanidad en nombre de Cristo. Lo demás vendrá por añadidura. Así estamos, hoy y siempre: Firmes con Francisco.
*Obispo Emérito de Garzón
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