Francisco en escuela de Santidad (II) | El Nuevo Siglo
Domingo, 27 de Mayo de 2018

Iniciamos en entrega anterior la presentación de la magistral Exhortación Apostólica del Papa Francisco, con cuyo contenido y estilo se va completando el pensamiento del reinante Pontífice, y teniendo una imagen completa de su polifacética personalidad. Hemos dado una visión general de ese gran documento, siendo importante espigar las principales enseñanzas con las cuales nos acercamos a su amplio contenido, con insistencia en que el tema de la “santidad” no debe ser extraño en el mundo de hoy. Estamos ante algo grandemente saludable a una humanidad que trata de encontrar sentido a la vida humana siguiendo pregones totalmente distintos, cuyos resultados,  ya en la antigüedad, consideraba el Rey Salomón como: “vanidad de vanidades” (Ecle. 1,2).

Como “humilde”, pero gran objetivo de su Exhortación, señala, el Papa: “hacer resonar una vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarla en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades” (n. 2). Para mostrar la bondad y eficacia de esa voz, a través de los siglos, inicia, el Papa, el Cap. I recordando infinidad de testimonios que animan a atender su llamado, recordados en la Carta a los Hebreos para que “corramos con constancia en la carrera que nos toca”, haciendo memoria de la “nube ingente de testigos” (Heb. 12,1) que nos alientan a no detenernos en el camino (n. 2). Anota que quienes así han vivido son “santos” en la Iglesia triunfante, que mantienen lazo con quienes somos hoy los actuales peregrinos, Iglesia militante, que aspiramos, con entrega y alegría, y ayuda de aquellos, a llegar a feliz término (n.4).

Aterrizados en esa realidad, hay que recordar que el llamado a “ser santos” (Lc. 11,48), es dirigido, como advierte el Concilio Vaticano II en la Constitución Lumen Gentium n.11, a “todos los fieles cristianos de cualquier condición y estado… llamados, cada uno por su propio camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre celestial” (n.10).  Advierte que, como dice S. Pablo, en Cor. 12,7,  cada uno tiene su propio camino personal e irrepetible para que “saque a la luz lo mejor de sí, aquello tan personal que Dios ha puesto en él” (n.n. 11 a 13). Indica, luego, el Papa, en qué consiste la verdadera santidad al dar clara descripción de ella, y decir que “todos estamos llamados a ser santos (en las distintas profesiones), viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra” (n.14). Agrega que hay que dejar que “todo esté abierto a Dios, y, para ello, elige a Dios una y otra vez”, sin desalentarse nunca porque tenemos la gracia del Espíritu Santo (n.15). Eso es ser santo y vivir como santo.

Prosiguiendo en ese señalamiento de la santidad, todavía Cap. I, llama el Papa, a que todo ese vivir cristiano esté en unidad espiritual con Jesús, y tratar de amar como amó Jesús (n.18). Allí se traza la “misión” del creyente, que solo tiene plena realización al “vivir con El los misterios de la vida”… reproduciendo en la propia existencia distintos aspectos de la vida de Jesús en su vida oculta y en la comunitaria (n.20). Esto lleva a vida de amor a Dios y al prójimo, pues “la santidad” no es sino caridad plenamente vivida (n.21). Hace llamado a la oración y servicio, debidamente combinados, pues no habrá santidad sin esos dos aspectos vividos (n.n. 25 a 31). Así entendida la santidad, se la mira como algo sencillo pero de gran profundidad, y según esperanza que hace acogerla sin tener miedo de ella (n.32). (Continuará)

Apostilla. Este domingo hay compromiso santo con la Madre Patria, en elección Presidencial, que es deber sagrado cumplir, libre y conscientemente, por la opción que se estime la mejor.

*Obispo Emérito de Garzón

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