Francisco, vicario de Cristo (I) | El Nuevo Siglo
Jueves, 16 de Marzo de 2023

Dos milenios han pasado desde el hecho más grande para la humanidad, la Encarnación del Hijo de Dios. Para hablar, aterrizadamente, el Papa Francisco, de quien estamos celebrando 10 años de Pontificado, debemos recordar como S. Pedro en su primera predicación a los judíos: “la cosa comenzó en Galilea, con Jesús de Nazaret” (Hech. 10,37). Viene, su Nacimiento en el establo de Belén, su destierro a Egipto, su labor de artesano en Nazaret, la difusión de su sapientísimo mensaje por los confines palestinos, su pasión y muerte en testimonio de su divina verdad, su triunfante Resurrección, su envío a sus discípulos de adoctrinar a las gentes del mundo entero (Mt. 18, 19-20).

Pero Jesús no deja al vaivén de los tiempos esa tarea, sino que escoge y prepara los primeros mensajeros de su Iglesia (Mc. 3,13), después de noche de oración. A ellos, después de la proclamación de su misión, inspirada por el padre celestial, Jesús coloca a Simón, su discípulo, como cabeza y piedra fundamental de su Iglesia (Mt. 16, 13-19). Esta primacía sobre los demás Apóstoles fue reconocida, claramente, por S. Juan, desde el primer el día de la Resurrección (Jn. 20,3-10), y, luego, al presidir él, El Concilio de Jerusalén (Hech. 15). Fue algo ratificado por Jesús después su Resurrección (Jn. 21,15-17).

Fue autoridad a la que acudió S. Pablo, después de haber tenido respetuosa controversia en Antioquía (Hech. 15; Gal. 2,11-14). Son múltiples y definitivas para el Evangelio las correrías apostólicas y las 13 Epístolas de San Pablo, pero, la tradición y los sucesores de los Doce Apóstoles acogen a S. Pedro como cabeza de la Iglesia. Muere por su fidelidad al Maestro divino, en Roma, en los mismos momentos en que S. Pablo, muere decapitado, por esa misma fe. Lino y Cleto, y en forma más universal Clemente Romano, continuaron en Roma a la cabeza de esa naciente Iglesia. 

Viene, con el Emperador Constantino (306 a 337), con su Edicto de Milán (313), que perseguidoras autoridades se convirtieran en protectoras del Cristianismo.  Pero, también, el grave problema de las herejías, auspiciadas por los mismos hijos de Constantino, que poco a poco son superadas, y vienen nuevos avances de la Iglesia. Envía, luego, Dios, a la Iglesia grandes Papas como S. León y  S. Gregorio Magnos, y grandes defensores de la fe como S. Atanasio y S. Cirilo de Jerusalén; S. Dionicio, mártir en Francia, S. Patricio de Irlanda. Grandes maestros de esa fe surgieron en la Iglesia como S. Ambrosio en Milán, S. Agustín, fundador de histórica Comunidad, que, como las de subsiguientes fundadores, tanto han aportado a la fe cristiana y a la humanidad. Allí están S. Benito Abad, S. Francisco de Asís, Sto. Domingo de Guzmán, S. Ignacio de Loyola, S. Juan Bosco. 

En cuanto a antecesores del Papa Francisco, qué lista tan cuajada de valiosísimos Papas desde tiempos pasados, con intervenciones trascendentales para la Iglesia y toda la humanidad. Son decenas de Maestros destacados de una fe vivida, tesoros de la Iglesia que pone en manos de un Romano Pontífice, como se hizo el 13 de marzo de 2013, con la elección del Cardenal latinoamericano Jorge Bergoglio, quien asumió con el prometedor nombre de Francisco. De él hablaremos en dos próximas columnas (Continuará).

*Obispo Emérito de Garzón 

 

Email: monlibardoramirez@hotmail.com