Culmina el Papa Francisco profundas reflexiones de su Exhortación, en el Cap. III, sobre la “vocación de la familia con mirada puesta en Jesús”, con reclamo de “unidad” y la necesaria responsabilidad por la prole. Advierte que para vivir estas grandes verdades se necesita conversión que dé valor para hacerse cargo, con amor, el uno del otro, y para estar al servicio de la comunidad. Hace la connotación de que “el amor vivido en las familias es una fuerza constante para la vida de la Iglesia”. Allí se percibe la belleza de la paternidad y de la maternidad en precioso compartir de un proyecto de vida (n.88).
Entra, luego, en el Cap. IV, al tema central de la Exhortación, el “Amor”, ubicándolo en el matrimonio (nn. 89 a 165), y proyectándolo hacia “la fecundidad” (nn. 166 a 198). Advierte, de entrada, que si no se profundiza en esa estima del valor de amor conyugal no se valorará la fidelidad la fidelidad ni la entrega mutua de los esposo, ni la gracia sacramental que lo sustenta y perfecciona (n.89).
Para precisar los distintivos del amor, cita, el Papa el “el himno de la caridad” de S. Pablo en la Iº Carta a los Corintios (13,4-7), para aplicarla, al amor matrimonial. Expone el sentido de cada uno de las características requeridas para todo verdadero amor cristiano. Comienza con la “paciencia”, que no exige de los demás “relaciones celestiales” (nn.91-92). Señala, también, el distintivo de estar en “actitud de servicio”, mostrando el amor en las obras, destacando, luego, cada uno de los distintivos mencionados por el Apóstol.
Reitera, el Papa, llamado al perdón, (n.106). Hace eco a S. Pablo (I Cor. 13) al destacar que el amor lleva a “alegrarse con los demás, y “todo lo disculpa”, “todo lo cree”, o sea confía en lo que afirma el prójimo, (nn. 109-115). También “todo lo espera y todo lo soporta” confiando que quien haya obrado el mal cambiará, y, con heroísmo, espera algo bueno de los más extraviados (nn. 116-119).
De las características de todo verdadero amor, pasa, el Papa a reflexionar sobre el crecimiento en la caridad entre los cónyuges, “enriquecido e iluminado por la gracia del Sacramento”. Hay allí, según Santo Tomás: “unión afectiva, espiritual, y oblativa”, y, según la Encíclica “Casti Connubii” de Pio XI: ese amor “permea todo los deberes de la vida conyugal con cierto principado de nobleza” (n.120). Agrega: “Dios se refleja en ellos (los esposos), les imprime rasgos y carácter indeleble de su amor”. Así: “Dios hace de los dos esposos una sola existencia”. Concluye: “después del amor que une a Dios, el amor conyugal es la máxima amistad”; una alianza ante Dios que reclama estabilidad, y “una exclusividad, en la que se refleja un indeleble amor” (nn. 121-123).
Recuerda, el Papa, que el matrimonio, como afirma la Constitución “Gaudim et Spes”, no ha sido instituido solamente para la procreación sino para u amor mutuo que progrese y madure” (n. 125). Para que toda esa bella realidad se dé es preciso cuidar “la alegría del amor” que amplía la capacidad de gozo en etapas, aún cuando el placer se acabe (nn. 126). Este genuino amor se llama “caridad”, cuando se capta y aprecia el valor del otro, así esté enfermo (nn. 127-128).
Esa “Alegría del amor”, dice el Papa, ha de ser cultivada en forma compartida, y se renueva en el dolor (nn. 129-130), algo que encuentra estabilidad y crecimiento al vivirlo en la unión matrimonial que ha de ser cauce para compromiso mutuo, que da piso firme al amor (n.131). Esa opción matrimonial, sustentada en el amor, “convierte dos caminos en un único camino”, y “da firmeza ante cualquier desafío” (n. 132). Para ello ese fundamental amor ha de cultivarse y manifestarse a diario entre los esposos, y así estará en permanente crecimiento pero no convirtiéndolo en “amor idílico y perfecto” sino en algo perfeccionable cada día (nn. 133-135). (Continuará).
*Obispo Emérito de Garzón
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