Permaneciendo en el amplio tema de “El amor en el Matrimonio”, del Cap. IV de la Exhortación, alude el Papa Francisco a la “violencia y manipulación” para hacer llamado a evitar desfiguración de lo que deben ser las relaciones sexuales, algo querido por Dios, cuando no son “vividas de modo verdaderamente humano” (n.154). Llama a superar la “insaciabilidad” y el egoísmo que “cambian esencialmente la estructura de la comunión en la relación interpersonal” (n. 155) Hace, también, precisión al texto paulino de “sometimientos de las mujeres a sus maridos” (Ef. 5,22), ubicándolo en el contexto, y aduciendo lo expresado en la misma Epístola que “el amor excluye todo género de sumisión” que convierta a la mujer en “sierva o esclava del marido”, ya que está llamado a ser asumida en “recíproca donación”, y ser amada como a su propio cuerpo (Ef. 5,28). Expresa que no es enseñanza precisa hablar de “generosa y sacrificada en mutua donación”, sino que el verdadero amor sabe recibir del otro expresiones corpóreas, pues el ser humano es espíritu y cuerpo, en forma integralmente dignos (n. 156-157)
Culmina el Cap. IV con referencia al tema “Matrimonio y virginidad” (nn. 158-164). Exalta, allí, las dos opciones o vocaciones para la realización humana, siempre dentro de los planes de Dios. Destaca cómo “la virginidad es una forma de amar” con entrega y sin reservas, al servicio evangelizador (I Cor. 7,6-8), no como “precepto del Señor” (I Cor. 7,28). Los textos bíblicos no dan para superioridad o inferioridad de uno de los dos estados, más bien se aprecia que se complementan, y si en la Iglesia se habla de “estado de perfección” de la vida religiosa no es solo por la virginidad sino, especialmente, por la vivencia del conjunto de los consejos evangélicos (nn. 158-160). Pone en alerta, el Papa, del peligro de convertir el celibato en una “cómoda soledad” que da libertad y autonomía. Advierte que el célibe debe aprender de buenos esposos generosidad e inquebrantable fidelidad, y, en esa medida, dedicarse a lo que se refiere a Dios (n. 162).
Pasando al Cap. V, encontramos que lo dedica, el Papa a enseñar cómo el verdadero “amor se vuelve fecundo” (nn. 165-198). Inicia con esta apodíctica expresión: “El amor siempre da vida”, y, advierte que “el amor conyugal no se agota en la pareja” (n. 165). Afirma que “la familia es el ámbito… de la acogida a la vida que llega como regalo de Dios”. De allí que el rechazo de tener hijos, así como el aborto, y el no darles debida educación, van contra los derechos que tienen como humanos, y contra el reconocimiento de que son ellos “don de Dios” que se confía a padres responsables (n.166). Destaca que en el embarazo la madre acompaña a Dios, para que se produzca ese milagro de una nueva vida, con participación en el misterio de la creación. Es que cada niño está siempre en el corazón de Dios, como expresa el Profeta Jeremías 1,5 (168).
Qué hermosa es la acogida con fe y amor de los hijos a la luz de la fe, como colaboración a la obra de Dios que ama como Padre a cada hijo engendrado, y “lo conoce a plenitud”. Pone en guardia mirar con egoísmo lo que ese hijo aportará en el futuro a los padres, pues el cuidado de él, con amor y sacrificio, es muy agradable al Padre Dios a cuya, obra se colabora (n. 170). Hace, el Santo Padre, precioso llamado a cada mujer embarazada, a quien exhorta a “vivir ese sereno entusiasmo en medio de sus molestias” y que cuide con alegría al hijo de sus entrañas, diciéndole: “nada te quite el gozo interior de la maternidad” (n. 171). Luego de esa época inicial, que debe ser de excelente y amorosa acogida a cada niño, se ha tener atención y cuidado de él ofreciéndole comida material y espiritual, con lecciones de respeto a los demás, lo cual es responsabilidad de los dos progenitores, conjuntamente, con lección de reciprocidad (n. 172) (Continuará).
*Obispo Emérito de Garzón