FUAD GONZALO CHACÓN | El Nuevo Siglo
Jueves, 9 de Febrero de 2012

Prefiriendo la verdad

A lo largo de muchos lustros creí, a pie juntillas, que la Justicia era el objetivo máximo al cuál debía llegar el aparato judicial de un Estado cualquiera que se dignara a realizar, con mediana diligencia, las tareas que el contrato social le ha otorgado, y no sólo era yo, pues este postulado viene fuertemente escoltado por una seguidilla de brillantes pensadores que desde Grecia en adelante han defendido la posición privilegiada que ostenta la Justicia dentro de nuestro imaginario colectivo. Aún así, recientes eventos de nuestro panorama nacional me han llevado a reconsiderar estas ideas milenarias, jugándome hoy una carta irreverente de la que siempre podemos echar mano los jóvenes con la tranquilidad de aquel que no tiene nada qué perder: la Verdad.
27 años después de los fatídicos hechos que los historiadores rotularían para los anales del tiempo como “La Toma del Palacio de Justicia”, fue condenado el coronel (r.) Luis Alfonso Plazas Vega a 30 años de cárcel por el operativo, bajo su dirección, en el cual el Ejército buscó recuperar el control del caos desatado. En este episodio tenemos claramente identificados a los protagonistas, quiénes eran los guerrilleros que entraron a perturbar la cotidianidad de las Altas Cortes y quién era el soldado que desde el exterior estaba defendiendo la democracia, maestro. Los del primer grupo murieron en su ley o fueron cómodamente indultados, mientras que el del segundo no corrió con tanta suerte y pasará un largo rato tras las rejas (matemáticamente hablando, le habría ido mejor aliándose con ellos, que oponiéndoseles).
Pero realmente lo que el país esperaba de este caso era Justicia en su sentido más puro y platónico de “Dar a cada cual lo que le pertenece”. ¡No! Pues si así fuera, ambas partes deberían haber sido castigadas bajo el mismo rasero por sus respectivas faltas, los unos por armar el infierno en la Plaza de Bolívar y el otro por acabarlo al compás de los tanques. Desechada pues la Justicia como respuesta, sólo nos queda la Verdad, ya que la sentencia que se acaba de proferir le da certeza jurídica al más grande secreto a voces que se murmura en Colombia: que hubo gente que escapó viva por la puerta principal de aquel Averno y nunca más se le volvió a ver. En resumen, la necesidad no está en ver a Plazas Vega envejeciendo preso, sino en reconocer oficialmente que los familiares de las víctimas tuvieron la razón.
Un cara a cara entre Verdad y Justicia nos arrojaría una única pregunta de la cual la respuesta no puede ser “Ninguna”: ¿Qué es mejor, una Justicia falsa o una Verdad injusta? He aquí lo más fascinante del análisis, pues por años Colombia escogió una Justicia falsa, fingiendo juicios que nunca llevaron a nada distinto de bruma y más bruma de confusión, pero ahora un timonazo valiente nos ha llevado a preferir la Verdad injusta, aquella que nos duele como nación por haber vivido por años inmersos en una sarta de mentiras viles y falsas pantomimas.
Por más difícil que sea, los secretos que se encierran en los rincones más oscuros de nuestra geografía no pueden más que el ansioso vacío de la incertidumbre, aquel vacío que exige la Verdad como requisito de la Justicia y no la Justicia como reemplazo de la Verdad, pues como diría Conan Doyle: “Cualquier verdad es mejor que una duda indefinida”.