La rehabilitación venezolana
Mucho se ha escrito sobre las drogas, así como de sus efectos narcóticos y estupefacientes. Todos intentan rastrearlas entre plantas procesadas o químicos corrompidos, pero casi nadie se ha tomado el tiempo para estudiar la más poderosa, antigua y adictiva de todas, aquella que está presente en nuestro alrededor y por la cual muchos tocan el fondo de su vileza cada 4 años: el poder. Siguiendo esa cadena deductiva, los políticos vienen siendo unos drogadictos y Chávez el más yanqui de entre todos ellos.
Dulce y melifluo como él sólo, el poder tiene esa mezcla en cantidades idóneas que tanto obsesiona al hombre, le obnubila y le lleva a maquinar toda clase de estratagemas, tras el único objetivo de contar con una dosis más que le aísle del inminente síndrome de abstinencia que viene de la mano con el ocaso de su período. Chávez tiene esto muy claro y por ello ha decidido enfilar todo su arsenal estatal con la mirilla puesta en el cáncer que le aqueja, ese rival silencioso que ha logrado lo que ningunas elecciones o golpe de Estado jamás pudieron.
Hoy el potencial relevo de Chávez frente al timonel de Venezuela es una realidad, bien sea por la vía de las urnas o de la medicina. La salud del Presidente es, por obvias razones, una cuestión de seguridad nacional en cualquier Estado del mundo, pero más importante que intentar engañar eternamente a la parca, lo que realmente les importa a todas las Constituciones es que la primera magistratura no quede acéfala y no se desate la ansiosa anarquía característica que surge ante los vacíos de autoridad en el ejecutivo.
Ese es el problema de Chávez, está más preocupado porque su carne sobreviva y no está pensando en que el espíritu de su amada Venezuela prevalezca. Por eso toma vuelos quirúrgicos a Cuba y no delega funciones en su vicepresidente (o en el monigote de turno que haga las veces de este, pues tal parece que en el Socialismo del Siglo XXI sólo hay lugar para un funcionario público), por eso insiste en aferrarse al poder y en no preparar a nadie que le suceda en caso de que algo salga mal. Usted no es inmortal señor, ni tiene horrocruxes como Fidel Castro. Usted no tiene gripa, tiene cáncer.
Algún día Hugo Chávez no estará, no sabemos si será mañana o en cinco décadas, pero claro está que no hay mal que dure 100 años, ni cuerpo que lo resista. Su futuro, como el de cualquiera de nosotros, será el de vestir la pijama de madera, por ello debe ser responsable con su pueblo y pensar en la rehabilitación venezolana. Su adicción no debe poderle más que el instinto básico de la búsqueda del bien común en pos de quienes le eligieron, pues los presidentes pasan, pero la patria perdura. Trágico para la nación hermana sería si su mariscal se encuentra en el enfermizo punto de no-retorno.