La sucesión en las administraciones
Las administraciones, gerencias, direcciones o mandatos siempre han tenido dificultades en las sucesiones, aun convergiendo el sucesor con las políticas e ideologías del saliente, y asuma el cargo acompañado por la sana intención de continuar con el perfil aplicado hasta el momento.
No es fácil interpretar el sentir de los subordinados de cara a una nueva administración, si tenemos en cuenta la cantidad de expectativas que despiertan los cambios, tanto en las personas sometidas laboralmente a la nueva administración, como para quienes recogen el resultado de la gestión, pues los relevos generan altibajos molestos en las personas responsables del desarrollo programático y ejecuciones presupuestales, a cambio de impactos optimistas en otros que esperan y simpatizan con derroteros audaces para lograr objetivos diseñados en administraciones anteriores, sin descartar la posibilidad de cambio.
Muy difícil, es decir, imposible, para un nuevo gerente continuar con una gestión similar a la desempeñada por su antecesor. Puede pretenderlo pero existe un cúmulo de situaciones influyentes en la tarea, iniciando desde la misma personalidad y carácter de cada ser, su modo de ver las cosas y aquel talante propio de la formación, que imposibilitan extender la firme intención de continuar con los programas sosteniendo similares estrategias. Es más, aun habiendo contribuido en la implementación de políticas por haber trabajado en el interior de la organización bajo la égida del antecesor, en el momento de asumir las responsabilidades de la conducción se notan los cambios porque la nueva cabeza siempre tendrá un prisma diferente de enfoque, lo que le imprime su impronta personal a la gestión.
Lo anterior cuando se trata de un relevo ajustado a las buenas relaciones y entendimiento entre el entrante y saliente, donde, repito, es imposible el continuismo ciego reverente y considerado, pues ante un panorama diferente, acompañado de desacuerdo en los criterios, quien llega sólo busca desdibujar la gestión anterior, desea apartarse de los objetivos planteados por considerarlos superfluos e inútiles, a más de reñidos con sus conceptos y políticas, situación aciaga para los subalternaos, quienes en últimas deben pagar los platos rotos al verse removidos de sus cargos y en no pocas ocasiones perseguidos por el nuevo régimen. Es en este estadio donde los gobiernos, las empresas y las instituciones enfrentan crisis que detienen el progreso.
El corolario de todo lo descrito conduce a una verdad que recomienda a quienes abandonan dignidades dejar el espacio a las nuevas generaciones para ejercer su gestión con libertad e independencia, no es prudente pretender continuar rigiendo o convertirse en jefe a la sombra y mucho menos buscar influir sobre decisiones de la nueva administración. Cuando el espectáculo termina los asistentes deben abandonar el escenario, hay que saber salir con la satisfacción del deber cumplido, ateniéndose al juicio de la historia.