General (r) Luis Ernesto Gilibert Vargas | El Nuevo Siglo
Miércoles, 13 de Enero de 2016

PRISMA

Sin comunidad, imposible seguridad

“Hay que volverse a acercar a las autoridades”

 

La mayoría de ciudadanos siempre han pensado que el valor y respeto que genera la presencia del agente de policía radica en su arma y el respaldo de toda la  institución en el momento de intervenir ante un evento. También se piensa que esa fuerza radica en la capacidad de reconvenir o disciplinar al parroquiano transgresor, y en realidad, la parte material es fundamental durante el procedimiento, pues desestimula cualquier intento de agresión e irrespeto, pero no es un ingrediente determinante, siendo más importante la capacidad y profesionalismo demostrado por el representante del orden, respaldado en  el carácter, la seriedad y el ímpetu de competencia imprimido durante el  procedimiento.

 

La misión del agente de policía hoy patrullero, es amplia y magnánima. Su formación está direccionada a servir, respetar y proteger no solo al ciudadano, el orden, las buenas costumbres, el ornato y la conservación del concepto ciudad, que hacen parte integral de sus responsabilidades ante las administraciones, sino a la sociedad entera. De manera que nuestro hombre policía es el representante de la sociedad ante la misma sociedad, situación un tanto curiosa pero de gran valía y un poco distorsionada a la luz del entendimiento por la mayoría de ciudadanos que no entiende cómo un servidor, defendiendo el orden ciudadano y las buenas costumbres, vulnera para su “entender” ciertas libertades personales de discutible disfrute. Existen núcleos sociales en otras latitudes donde la sola presencia del representante del orden es suficiente para llamar a la cordura y las buenas maneras, sin necesidad de recurrir, tan siquiera, a requerimientos u observaciones de autoridad ya que  se reconocen como organizaciones sociales desarrolladas y aterrizadas en la observancia de la ley y las justas costumbres.

 

Cómo añoramos esa solidaridad permanente que en otros tiempos tuvo el conglomerado con la policía. Esos días en que vecinos y amigos departían en un contexto social, teniendo los representantes del orden como ejes de esa fraternidad que fortalecía los barrios, conjunto residenciales y edificios, cuando la información sobre delincuencia o actos sospechosos llegaban en tiempo real a  oídos y conocimiento de los agentes. Hoy no existe este tipo de posturas en nuestra sociedad no obstante los ingentes esfuerzos realizados por la institución para acercar la ciudadanía y organizar su vida en comunidad, un tanto resquebrajada por diversas razones, entre ellas, la ruptura de las comunicaciones y el distanciamiento con sus entornos domiciliarios, hecho que fisura la seguridad y da oportunidad a los delincuentes para actuar contra un sociedad dislocada, desorganizada y además desorientada.  Si deseamos  cerrarle el  paso a todas las formas de delincuencia, si buscamos una sensación de seguridad dimensionada, debemos contar con la comunidad  motivada, comprometida y muy cercana  a  las autoridades. Sin ese componente es físicamente imposible lograr una seguridad estable y fortalecida.