GLORIA ARIAS NIETO | El Nuevo Siglo
Viernes, 29 de Agosto de 2014

Colombian Titanic

 

Así como hay coroneles en  retiro, maestros pensionados y periodistas en el exilio, alias Popeye (no el marino de  las espinacas, sino el jefe de sicarios de Pablo Escobar), se refiere a sí mismo como un "bandido retirado". ¿Bandido? Bandidos los asaltantes de bancos, trenes y diligencias del viejo oeste,  perseguidos por Bat Masterson y John Wayne.

Popeye no es un bandido retirado. Es -o en el mejor de los casos fue-  un criminal y orquestador de criminales, con cerca de 300 asesinatos directos reconocidos, y más de 3.000 muertos en su espalda... 3.300 familias destrozadas por la violencia de la ausencia sin retorno.

El recién liberado trabajó en la cima del más siniestro y  poderoso cartel de narcotráfico de Colombia y el mundo; no fue un pistolero a caballo. 3.300 muertos, es como si ininterrumpidamente, durante más de 9 años, alguien se dedicara a matar una persona al día.

Se abren grandes interrogantes, con una pena reducida  al 60%; una ridícula fianza de 9 millones de pesos; y una estructura carcelaria donde se reciclan delitos, y pululan maestrías empíricas en  técnicas de violencia e intimidación. La resocialización es algo demasiado serio, como para pretender que se logre en un medio donde imperan la corrupción, el hacinamiento y la degradación de la condición humana.

Más allá de tecnicismos jurídicos que avalen o tumben la decisión que dejó en libertad a Popeye, el problema de fondo, es qué metabolismo conductual y social tuvo lugar durante los  años de reclusión, como para que alguien (léase Juzgado Primero de Ejecución de Penas y Medidas de Seguridad de Tunja) pueda resolver sin atropellar el sentido común y la ética personal y profesional, que un megacriminal como John Jairo Velásquez está listo para salir al mundo, y reintegrarse al frágil  planeta de los sobrevivientes.

Después de -entre otros horrores- haber hecho explotar el vuelo 203 de Avianca, con 101 pasajeros y 6 tripulantes; después del  asesinato de Luis Carlos Galán, el secuestro de Pastrana y la muerte de 200 policías, dejar Cómbita y el Barne con libertad condicional y un periodo de 52 meses sin salir del país, equivale a ganarse la lotería y la resurección, todo en un mismo juego.

La próxima semana habrá pronunciamientos sobre la tormentosa reforma a la justicia. Las altas cortes ya no son altas, y muchos jueces han perdido su respetabilidad. La inseguridad cotidiana es cada vez más agobiante, y la impunidad se volvió paisaje nacional. Ninguna reforma al sistema tendrá sentido, si no viene precedida, acompañada y sostenida, por una genuina reforma a la conciencia y el pensamiento de quienes tienen en sus manos a la Señora de la balanza.

Perpetuar una justicia carente de credibilidad y rigor, sería como dispararle al bombillo del faro y botar la brújula al mar. Entonces, además de la insólita auto-referencia del Popeye de Pablo Escobar, en otras tarjetas de presentación se leería:  "Fulano de tal, marinero retirado,  Colombian Titanic".

Creo que estamos ad portas de sentir esa rafaga incierta que se produce cuando más que la muerte, nos asusta la vida.

ariasgloria@hotmail.com