GLORIA ARIAS NIETO | El Nuevo Siglo
Viernes, 17 de Octubre de 2014

Malala

El 9 de octubre de 2012, los talibanes le dispararon a Malala. Pero en personas como ella, una bala en la cabeza  rompe el cuerpo, pero no doblega la convicción.

Abanderada de los derechos que tienen todas las niñas y mujeres, a recibir educación y no ser objeto de tratos discriminatorios, Malala no es solo el Premio Nobel más joven de la historia: es el rostro del valor, del desafío intelectual y templado, contra la más salvaje brutalidad; es la expresión de la búsqueda de la paz, por uno de los pocos caminos realmente efectivos: la educación. Educación sin alambres de púas, ni cercas de oscurantismo, que dejen por fuera a las niñas, a las personas más pobres, a las más apartadas de este ogro de asfalto, dow jones y turbinas, que muchos llaman civilización.

A sus 17 años, Malala es la pequeña gran mujer que se enfrenta a los extremistas de su país, y a los secuestradores del Boko Haram, grupo terrorista que desde hace 6 meses tiene secuestradas a 200 niñas del noreste nigeriano.

Gul Makai, fue el seudónimo que a los 11 años utilizó Malala para escribir en el blog de la BBC; desde allí contaba con palabras de niña y dolor de guerra, el miedo, y la violenta presión ejercida por los talibanes, para que ella y miles de niñas abandonaran la escuela, y por ende, su derecho al futuro.

En su país, 1 de cada 3 pakistanís es analfabeto, y 1 de cada 5 intenta subsistir por debajo de la línea de pobreza. Quienes viven en ese suelo viciado por el fundamentalismo, los drones y las torturas, no comprenden por qué la muerte y la exclusión es el precio que deben pagar para que su tierra no sea “un corredor energético entre Irán y la China”. ¿Qué lectura puede darle un pueblo -que agoniza entre hambre, bombas y marginación- a la geopolítica, a los imperios y a los intereses de los grandes capitales? Solo una: el mundo es aberrantemente injusto; y sordo; crónica y cruelmente sordo, al clamor de los más vulnerables.

En el Hospital Queen Elizabeth -en Birmingham- muy lejos del valle del río Swat donde Malala pasó su infancia y primera juventud, los médicos le salvaron la vida a ella, y -a través de ella- a las miles de niñas y mujeres que gracias a la dulce fuerza de su voz, hoy aspiran a dejar de sufrir violencia y discriminación.

Pareciera que este año, los académicos noruegos que tenían la responsabilidad de adjudicar el Premio Nobel de Paz, fijaron la mirada en la infancia del mundo; y de paso, lograron que dos potencias nucleares (India y Pakistán) crónicamente enfrentadas por Cachemira, tuvieran un logro en común: Kailash Satyarthi, el ingeniero indio que lleva 30 años combatiendo la explotación infantil, y Malala, compartieron el Premio más importante del mundo, y se convirtieron en símbolo y proclama de un planeta que no está dispuesto a endosarle su infancia, al tenebroso círculo vicioso que tejen los fierros   de la violencia y la discriminación, el abuso y la ignorancia.

Malala y Satyarthi, paz al alcance de los niños.

ariasgloria@hotmail.com