Gloria Arias Nieto | El Nuevo Siglo
Viernes, 7 de Noviembre de 2014

El metabolismo social

 

Así  como este Puerto ha criticado las barbaridades e improvisaciones de la alcaldía de Gustavo Petro, hoy quiero resaltar un programa distrital que considero debe ser mirado con espíritu positivo. Aun cuando no lo conozco en vivo y en directo, cuanto he leído y encontrado sobre el manejo que se empieza a dar a los habitantes de la calle, me parece interesante y, de funcionar bien, sería un ejemplo para replicar en otros lugares de Colombia.

Vamos por partes: una ciudad con nueve mil personas durmiendo en la calle, no es una ciudad normal. No es una ciudad socialmente viable, y a quienes dormimos con almohada y cobija, se nos debería encender algún bombillo de alerta en la conciencia. Dije en la conciencia; no en esos metros de diminutas bujías grises, que nos cambian nuestra responsabilidad frente a los demás, por sórdida y estéril neblina.

Convendría pensar que quienes duermen en la banca de un parque, o en los cimientos de un puente, no lo hacen por voluntad ni maldad.

La mayoría de las veces, ser indigente no es una decisión personal; haberle endosado la mitad de la vida al consumo de sustancias psicoactivas, o -en vez de sentarse a la mesa- sentarse frente a un basurero a esperar qué dejan los animales que llegaron primero, puede ser una consecuencia de actos fallidos, o una cachetada del ADN.

En términos generales, la gente no elige vivir y morir por debajo de las fronteras de la miseria; así como no elige que le dé cáncer, o subirse en un avión que explota en el aire. Muy raramente se  escoge la tristeza como modus vivendi, o ser sujeto de la violación a los más elementales derechos de la condición humana.

Quienes viven en la calle, pueden ser la consecuencia de un error del metabolismo social; pero ellos no son el error; el  error lo hemos cometido nosotros, quienes durante décadas hemos tenido la sartén por el mango y el mango también.

Claro, también hay quienes se acostumbraron a ser ladrones de espejos y panes, y el trabajo los embiste. Si hay vagos en el Congreso, en los juzgados y en los clubes, pues también puede haber vagos en las alcantarillas. Pero generalizar es peligroso, injusto y soberbio.

No todo el mundo tiene el privilegio de elegir y forjar su destino. A muchos, eso que llaman azar o predestinación, les cayó como una escafandra oxidada y sin oxígeno, y para quitársela,  se necesita ayuda.

Así es que la iniciativa desarrollada por la Secretaría de Integración Social, de habilitar lugares donde los habitantes de la calle pueden dormir en cama, bañarse y comer algo decente, todo con la condición de trabajar en alguna actividad -informal pero legal- bien vale la pena. Así como vale la pena no cerrar los ojos, porque se nos pueden quedar pegados a la inconsciencia, al desamor y a la indiferencia, y esa enfermedad es peor que la pobreza.

Esta columna va por Felipe; un joven historiador que con infinita frecuencia me hace mirar hacia lo que nunca debería volverse invisible.

ariasgloria@hotmail.com