Gloria Arias Nieto | El Nuevo Siglo
Viernes, 11 de Septiembre de 2015

PUERTO LIBERTAD

Nostalgia

Hay ciudades y estaciones que tienen cara de nostalgia. Con sus remates, calles irregulares y miles de árboles altos y sin hojas ni verdor -como filas de gigantes cansados- Montevideo al final del invierno, es una de ellas.

La nostalgia le queda bien a esta “piccola città”; está presente en casi todo, y se sienta como un comensal más en los cafés del centro a donde van poetas y pensionados, porteños y actores, juristas y funcionarios de maletín gastado y zapatos de amarrar. Está, como Galeano y Benedetti, en la piel de la ciudad. En el inconfundible bálsamo de las librerías, por donde se pasean entre las páginas sin tiempo, el dolor, el amor y la memoria.

El cielo y el río de la Plata comparten tonalidad: gris plomo cuando llueve; y azul esperanza, cuando al sol de la bandera le da por amanecer alegre. Pero más allá del color que apague o ilumine el día, la nostalgia siempre está ahí, como una molécula imprescindible.

Está en locales y en inmigrantes, en las tejas que cubren el Mercado de la Abundancia, en los parques, y en el rostro de las cinco familias sirias que el año pasado llegaron huyendo de la guerra; hace unos días se instalaron en una protesta triste y pasiva, en la Plaza de la Independencia, y ahí siguen, sin aceptar que al menos los niños reciban la protección especial que les proponen gobierno y transeúntes. Chile y Argentina se ofrecieron a recibirlos. Pero ellos quieren que Uruguay, primer país latinoamericano en darles asilo a los inmigrantes sirios, los regrese al viejo mundo; allá -¡eso creen en su indocumentada desesperanza!- la vida será más fácil.

Los brazos de la guerra no tienen límites; las secuelas se mezclan con la ausencia, y la ausencia se convierte en una especie de muerte lánguida y agobiante, sin funeral ni ceremonia.

Hoy es 11 de septiembre, y desde el sur, este Puerto necesita volver los ojos a Nueva York. Al horror de hace 14 años, a la orfandad irreversible, al hueco de antes, al monumento de ahora, a los bomberos y su valentía, al más doloroso estupor; al humo, a los cristales rotos, a las vidas rotas, a los sueños rotos, al país roto, al mundo roto. Todos llevamos alguna partícula del 11 de septiembre clavada en la piel, en el horror y  el error, en el vacío y  la memoria.

La Europa de hoy, tan bella pero tan atravesada por toda suerte de crisis, recesiones y éxodos; las masacres en África, los desplomes en Asia y las distintas miserias -de cuerpo, alma y nación- en las tres Américas, tienen un común denominador: la arraigada e inaudita dificultad que experimenta el ser humano para ser humano.

Si es verdad que Dios creó al hombre a imagen y semejanza suya, ¿qué nos pasó? ¿En qué momento llegó tanta incapacidad emocional al espiral del ADN de la humanidad?

La vida misma se ha ido llenando de nostalgia. Ojalá nos pase como al jacarandá que vi hoy muy temprano: se rebeló contra el invierno y empezó a florecer.

ariasgloria@hotmail.com