Gloria Arias Nieto | El Nuevo Siglo
Viernes, 18 de Septiembre de 2015

PUERTO LIBERTAD

Pellizcarnos la costumbre

¿POR  qué nos cogemos a patadas físicas y emocionales? Por qué los gases lacrimógenos, los alambres de púas, los chingones y las metrallas? Por qué los imperfectos prefectos de disciplina? ¿Por qué los vidrios blindados, los terapeutas infantiles, los antidepresivos y el suicidios a los 16 años? El Centro de control y Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos reporta como primera causa de mortalidad en  jóvenes de 15 a 24 años, los accidentes; la segunda, el homicidio, y la tercera el suicidio. No hay que ser epidemiólogo para interpretar por puro sentido común, que éste es un angustioso  indicador de patología social, efecto de varias réplicas de adultos (sí, réplicas como los temblores y terremotos) que nos hemos equivocado de generación en generación.

A lo ancho del mundo hemos permitido que la exclusión, la soledad y la intolerancia se tomen la palabra. Más que la palabra, el grito. Y se lo toman en un trago amargo, largo y sostenido, como el olvido.

Los ojos se han acostumbrado a presenciar la enfermedad de los sentimientos, así como uno ve los árboles que pierden hojas con un vendaval, y uno no hace nada al respecto, porque se trata de una expresión normal de la naturaleza, que -salvo para el árbol- no deja secuelas.

Pero uno no debería, jamás, acostumbrarse a la  tristeza. Así como tampoco debería dormir tranquilo sabiendo que en el mundo cada seis segundos muere un niño por hambre, y más de 800 millones de personas no cuentan con los alimentos necesarios para llevar una vida sana y productiva.

En las grandes ciudades las bancas de los parques están llenas de personas más viejas que sus años; solas; intensamente solas. Y los hogares infantiles, llenos de bebés "desabrazados", que aprenden a diferenciar triángulos, círculos y colores, pero no saben cómo suena la voz de los abuelos. Demasiadas veces el mundo nos da la sensación de ser un rompecabezas mal armado.

Industrias y laboratorios de altísima complejidad elevan cada año sus  márgenes  de utilidad en gracia a la construcción y descubrimiento de  instrumentos y moléculas que prolongan la vida, entendiendo por vida el no estar muerto... No necesariamente el sentirse parte de un algo amable, pensable y querible. Y no he sabido de empresas que tengan en su carta de navegación, el descubrir el átomo de la solidaridad, el gen de la empatía, o el ADN del perdón.

Invertimos como planeta, muchos más recursos y profesiones en temas de productividad y  tecnología, que en temas de comprensión humana y reconciliación. En términos generales los ingenieros están mucho mejor remunerados que los sociólogos, y los banqueros ganan bastante más que los maestros. Es como si formar y diagnosticar el capital humano, fuera menos relevante -y claramente menos valorado- que formar y diagnosticar las variables  económicas que condicionan los mercados.

De nosotros depende seguir caminando a paso de holocausto, o pellizcarnos la costumbre y despertarnos la conciencia. A los rompecabezas no los arman ni el destino ni la indolencia. Los arman la mirada, la voluntad, y aprender sin miedo ni huida, del ensayo y del error.

ariasgloria@hotmail.com