Gloria Arias Nieto | El Nuevo Siglo
Viernes, 6 de Noviembre de 2015

PUERTO LIBERTAD

Encendido por la oscuridad

Hace  30 años el holocausto del Palacio de Justicia dejó marcados a vivos y muertos, y su horror no tendrá fin.

Nada nos borrará de la memoria la imagen del edificio de piedra en llamas; el tanque de guerra irrumpiendo con su inútil y devastador poderío. Disparos por todas partes, sirenas, bomberos; la impronta del miedo en el soldadito que se daba la bendición, y la evidencia de la tragedia en los rostros que huían, en los capturados, en los torturados, en los desaparecidos que aparecieron, y en los que nunca volvieron.

Esa noche en el país del absurdo corazón, en medio de la consternación colectiva, suspendieron los noticieros para darle paso a la transmisión de un partido de futbol.

El Gobierno necesitaba el frenesí de un gol: una cortina de humo para que la gente no viera el humo de verdad.

El Campín vibró con  un saque de meta, mientras  Colombia se desbarataba con los tiros de esquina en la Plaza de Bolívar. Transcurre la retoma del Palacio; suenan por todos lados rockets y metralletas, y un tanque Cascabel rompe, como a la vida misma, la frase de Santander, que enmarca  la entrada al Palacio de Justicia: “Colombianos: las armas os han dado la independencia, las leyes os darán la libertad”.

El Presidente de la Corte pide al Presidente de la República, que detenga la incursión de los militares. El primero, un ejemplar hombre de leyes, un maestro de maestros; el segundo, un sencillo y carismático poeta de Amagá, dramáticamente equivocado.

Medicina Legal en colapso; el M-19 en su máxima expresión de megalomanía, absurdo y brutalidad. La Sijin desenfrenada; la Casa del Florero convertida en un facsímil de sala de torturas.

Saque de meta. Tiro de esquina.

Empleados, guerrilleros, estudiantes, trabajadores rasos, todos mezclados en una amalgama de incendio, vejamen y muerte. Tanto, que 30 años después siguen apareciendo restos humanos, entre cajas archivadas como un folder de células, en la Fiscalía. Tumbas con nombres cruzados, viudas y huérfanos que velaron a los esposos y padres de otras viudas y otros huérfanos que nunca supieron a dónde ir a llorar a sus propios muertos. Y Kafka, en medio de la nada, tomando notas.

Las llamaradas se veían desde lejos; el Palacio era un cubo incendiado por dentro; encendido por la oscuridad de la inconsciencia, del fracaso y la violencia.

Universidades, cátedras y familias guardarán luto eterno por lo que pasó ese nefasto 6 de noviembre, hoy hace 30 años. Parte fundamental de la conciencia jurídica de Colombia fue masacrada, y Dios quiera que los magistrados, en el más allá, tengan la paz que el más acá les negó.

Hoy viernes, en una acto público y solemne en la Plaza de Bolívar, el presidente Santos pedirá perdón a las familias de las víctimas. Creo que no lo hará solo por cumplir un mandato de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, sino porque el país que él gobierna, está comprometido con la reconciliación. Y si las armas nos dieron la independencia, y las leyes la libertad, el perdón podría darnos la paz.

ariasgloria@hotmail.com