PUERTO LIBERTAD
Abra Cadabra
En los países atravesados por diferentes manifestaciones de violencia y abismos, crece como tabla de salvación la capacidad de adelantar experimentos sociales que pretenden cambiar por virtuosos los círculos viciosos que oxidan la moral y el ánimo de personas y sociedades.
En Colombia hay muchos ejemplos recientes: nuestro proceso de paz -con todo y sus vaivenes, equívocos y aciertos- es el paso más avanzado que hemos dado para terminar décadas de confrontaciones armadas. El programa “Ser pilo paga” le ha permitido a miles de jóvenes con mínima capacidad de pago y máxima capacidad de aprendizaje, ingresar a las mejores universidades del país. Algunas programadoras de televisión han llevado a sus artistas a convivir con poblaciones vulneradas por el olvido y la injusticia.
En fin, ante grandes vacíos, uno puede sentarse a esperar que lluevan como “café en el campo”, milagros; puede tomar ansiolíticos tres veces al día, renegar de lo humano y lo divino, y cambiar cada posibilidad de resiliencia, por un hueco en la pared del estómago. O puede darse permiso de pensar distinto; ser más atrevido que obediente; más Dalí que Fragonard, y más prisma, que gris.
Un grupo de estudiantes de la facultad de Derecho de la Universidad de los Andes, con el apoyo del Departamento de Artes, le está inyectando imaginación y conocimiento, dignidad y horizonte, a los reclusos de la cárcel Modelo de Bogotá. Herramientas utilizadas: fotonovelas y teatro.
Si a quienes no estamos privados de la libertad (al menos no en el estricto sentido jurídico de la expresión), el arte nos redime y resucita, es fácil imaginar lo que el teatro puede hacerle a unas personas -culpables o inocentes- a quienes la autoestima y la vida se les han ido extinguiendo entre ausencias, epidemias y hacinamiento.
Demasiadas cárceles colombianas son escuelas donde se aprende a reciclar el delito; antros donde se violan las más elementales condiciones de higiene física, mental y emocional; y donde la función de resocialización está lejos de ocupar -no en el deber ser sino en la realidad- la agenda del sistema penitenciario.
Pues bien, hace un par de días el grupo de teatro Abra Cadabra, integrado por reclusos de la cárcel Modelo, entró -esposado y escoltado por guardias del Inpec- a los predios de la Universidad de los Andes; los actores representaron frente a un auditorio repleto de maestros, alumnos y familiares de los presos, tres obras de teatro que ellos mismos crearon con la ayuda de un grupo de futuros abogados uniandinos, para enseñarle sus derechos a la comunidad carcelaria; y hacerle ver la necesidad de erradicar comportamientos que hacen aún más amarga y peligrosa la convivencia (¿con-morencia?) en la cárcel.
Durante dos horas de oxígeno, inclusión y fe, los presos fueron libres; los estudiantes, espectadores; y los maestros, aprendices.
Lecciones de vida que espantan a quienes se aferran a sus telarañas y paradigmas; iluminan a los tristes, y ayudan a construir sociedades menos insensibles y dogmáticas.
Un bus con rejas y ventanitas llegó hoy a la Universidad. Desde Puerto Libertad me pareció ver cómo poco a poco y ante los ojos atónitos de los guardas, el bus se fue convirtiendo en velero…