Las Cajas, forjadoras de dignidad
Hoy hubiera querido escribir sobre los diálogos de paz. El discurso del presidente Santos refleja un acto de encomiable valentía, en busca del producto más anhelado por la mayoría de los colombianos; el trabajo será arduo, y el resultado potencialmente histórico. Pero de eso hablaremos en otros Puertos, porque al de hoy llegó un barco que me muerde las palabras: el triste equívoco de su cargamento, no parece propio de la calidad intelectual de su capitán.
Me refiero a la columna titulada “Las Cajas de Compensación”, escrita por el profesor Salomón Kalmanovitz.
Los columnistas tenemos el derecho y el deber de documentarnos, de pensar, de respetar y promulgar la verdad. Ni el deber de la independencia, ni el tesoro de la libertad de expresión, pueden confundirse con patentes de corso, para escribir inexactitudes.
A uno pueden o no, gustarle las Cajas de Compensación; así como se puede ser fan o detractor de la Cruz Roja, de las democracias o del arte moderno. Pero por más apasionado que alguien sea, no puede decir que Pinochet fue un demócrata consumado; que Picasso tuvo un siamés llamado Botticcelli, o que la Cruz Roja se fundó en el Tíbet. Quien lo afirmara, quedaría mal parado, y confundiría a los lectores.
Respetado profesor: las Cajas de Compensación llevan más de 55 años trabajando por los trabajadores colombianos. Por ellos y por sus familias. Por la dignificación de poblaciones vulnerables; por hacer realidad los preceptos de equidad, igualdad de derechos, respeto y solidaridad, tan esquivos en el pan nuestro de cada día.
Las Cajas son instituciones democráticas y de servicio; no de caridad, sino de dignidad; defienden la justicia social; trabajan por la inclusión; no por la igualdad de las personas, sino por la igualdad de oportunidades, para lograr mejores seres humanos, armónicos en sus diferencias. Esa misión, vista por un economista y filósofo como usted, debe tener un significado interesante.
Las Cajas no son perfectas, y siempre podremos hacer mejor las cosas. Y digo podremos, porque quiero ahorrar suspicacias: yo trabajo en una de las Cajas que usted menciona; y ¿sabe? me siento orgullosa de hacerlo. Porque cada día al levantarme, sé que mis compañeros y yo, estamos construyendo un pedacito de paz.
Respetuosamente pregunto: ¿No han sido las Cajas, determinantes para cumplir el deber de responsabilidad social que tienen los empresarios? ¿Cuántos miles de personas que devengan uno o dos salarios mínimos, han tenido gracias a las Cajas, viviendas dignas, hospitales de cuerpos y almas, colegios humanos e inteligentes, y una canasta familiar que incluye -además de lo obvio- el placer de la cultura y la recreación? ¿Qué habría hecho el Estado si las Cajas no le hubieran dado la mano una y cien veces, en temas vitales, que impactan directamente la calidad de vida de los colombianos?
Profesor Kalmanovitz, estos días de -ojalá- preludios de paz, invitan a desarmar los espíritus. A desarmarlos con argumentos y razón. Respetuosamente le propongo: Conózcanos, pero de verdad. Verá que somos un sistema que ha tumbado muchos muros de marginación, indiferencia y pobreza, y ha levantado andamios, fuertes y válidos, de una solidaria dignidad.