La imbecilidad se deposita en el alma como un sedimento de los años (Gómez Dávila, p.68).
En el artículo pasado glosé el libro “La imbecilidad es cosa seria”, de Maurizio Ferraris. Subrayé tres propuestas: su definición de imbecilidad, su decálogo de la creatividad y su excutatio non petita. Aquí continuo el estudio. Particularmente, reviso la “imbecilidad de masas” y su relación con la red.
Byung-Chul Han, filósofo surcoreano de renombre global, considera que los seres humanos vivimos en una sociedad del cansancio, presos de un enjambre digital, atrofiados por el imperio de la red. Empero, Ferraris discrepa de Han, pues aquel considera que hoy el ser humano es menos imbécil que ayer y que ni la técnica causa imbecilidad ni la red ha convertido al hombre en imbécil. Lo que sucede, afirma Ferraris, es que la técnica y la red le han dado voz a los imbéciles y expuesto la estulticia. Actualmente, cualquier imbécil hace de sus opiniones noticia.
Antes, las formas de conocimiento (artes, imprenta, tertulias) no daban tanto lugar, por lo general, a los imbéciles. Era necesario saber gramática para escribir, saber hablar para tertuliar, saber teoría musical para componer, etc. Pero los imbéciles pauperizaron la cultura (especialmente la cultura humanística) y, al hacerlo, barbarizaron el mundo. Ante las dudas al respecto, sugiero comparar las armonías de la música culta y los libretos de la ópera y la zarzuela, con las letras, armonías y (¿danzas?) del reguetón, para comprobar la bárbara decadencia. El ocaso cultural se ratifica al contrastar el rigor de fuentes primarias de información, tales como la Enciclopedia Espasa-Calpe, la Enciclopedia Británica y la Summa Artis, con Wikipedia y Twitter.
Con la red ya no se necesita ni talento cognitivo ni disciplina técnica (en el sentido que Aristóteles concede a la técnica). Ahora basta que cualquier imbécil encienda el computador o el teléfono “inteligente” y registre su mascullo en la red que, a su vez, millones de seres humanos miran. Es un eterno retorno de lo imbécil.
La imbecilidad, entonces, se hiperdocumenta y se hiperconsulta. Lo resumió Umberto Eco, al recibir el doctorado honoris causa, en Turín: “Los medios de comunicación sociales dan la palabra a legiones de imbéciles que antes hablaban únicamente en el bar tras un vaso de vino, sin perjuicio para la colectividad. Rápidamente se les hacía callar, mientras que hoy tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles”. Con todo, pienso que Ferraris no le hace del todo justicia a Han, pues la red no solamente da voz a los imbéciles. La red, además, atrofia la cognición. Sobre esta tesis de que el hiperconsumo tecnológico de basura cultural genera deterioros en el cerebro, los invito a leer mi artículo “Biolaw and biothecnological hyperconsumption. Towards bio-juridical resignification of two bioethical principles for protection of cognitive health”. Lo encuentran en el “Eubios Journal of Asian and International Bioethics”, edición Marzo 2020, en la red.
*Jurista y filósofo