Un Estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el cual los jefes políticos todopoderoso y su ejército de colaboradores pudieran gobernar una población de esclavos sobre los cuales no fuese necesario ejercer coerción alguna por cuanto amarían su servidumbre. Inducirles a amarla es la tarea asignada en los actuales estados totalitarios a los ministerios de propaganda, los directores de los periódicos y los maestros de escuela (A. Huxley, Un mundo feliz).
Ideologizar a menores es vil, porque un menor es más vulnerable que un adulto. Un menor es, sobretodo, esperanza y posibilidad, nobleza y añoranza, semilla y propósito, fragilidad y coraje. Por eso, ver que millones de niños son asesinados, no solamente por las balas de la violencia y por las prácticas abortivas (cada vez más altas y más defendidas por la jurisprudencia y legislatura progresistas), sino, además, por los venenos ideológicos que los medios de comunicación masivos y la educación y la cultura imperantes les infunden, es bárbaro.
Y aquí aclaro que hay una forma de asesinar más retorcida que cesar las funciones vitales de otro ser humano: estrangular el alma. Quiere decir emponzoñar la personalidad, vulgarizar la sensibilidad, amputar la memoria, amargar la inteligencia, idiotizar la racionalidad, atrofiar el temperamento e infantilizar el carácter, hasta obstruir cualquier refinamiento del espíritu. Todo eso se logra cuando la educación y la cultura y la política avivan cosmovisiones (ideologías) cultivadoras del odio, del extravío, de la bagatela, de la anarquía, de la hechicería y del resentimiento.
¿Por qué enseñarles a los niños que cualquier deseo es un derecho que debe satisfacer el Estado, y que la historia se resignifica derribando estatuas e incendiando iglesias? ¿Cuán retorcido es auparlos a despreciar el pudor, para erotizar sus relaciones y su infancia? ¿No es malvado sembrarles animadversión contra toda forma de autoridad, para legitimar la anarquía y el vandalismo? ¿Qué subrepticia maldad se anquilosa tras decirles que el sexo es ficción y el género certeza? ¿Cuán desquiciado es insistir en derrumbar el patrimonio del idioma y la autoridad de la Real Academia de la Lengua Española, para institucionalizar una policía lingüística que ideologice el lenguaje? ¿Qué tan bárbaro es meterles en la cabeza que la verdad ni existe ni puede conocerse, para relativizar el mal con base en la posverdad? ¿Por qué enfatizarles la necesidad de resentir la hispanidad? ¿Para qué difundir en los menores rencor contra los valores de la religión católica y presentarles a Dios como una especie de hipérbole perversa?
También ¿Por qué convencer a las niñas que abortar (en algunos países, hasta con 16 semanas de gestación) es un derecho, pero experimentar medicinas con ratas es un crimen contra los roedores? ¿Qué se pretende al desnaturalizar la feminidad con discursos radicales, según los cuales amar la familia tradicional, el matrimonio y la maternidad son sinónimos de opresión machista, pero aborrecer al hombre, apedrearlo en protestas, desnudarse en la calle y agraviar la maternidad es civilizado? Finalmente, ¿cómo es posible que todo este desquiciamiento colectivo se enseñe y se llame educación?
*Jurista y filósofo