Con base en algunas tesis de Gabriel Marcel y de un concepto específico de Erich From (el modo de existencia de tener) definí la narcocultura como una forma de la barbarie que piensa la vida como una carrera de ambiciones materiales y deseos de poder. Afirmé, también, que la narcocultura ha afectado los hogares y que, por eso, padres y madres la enseñan, sin ser muy conscientes de eso.
De tal manera que en esta glosa narro el modo de existencia de tener, a partir de la mención de algunas creencias arraigadas en las familias, como horizontes de instrucción: 1) Considerar el dinero y el poder como fines superiores, y no como simples medios para realizar fines nobles, tales como el amor, la amistad, el contentamiento, la caridad y el aprendizaje; 2) inculcar desprecio y antipatía por la cultura humanística. Esto por considerarla, equivocadamente, un adorno y un divertimento sin importancia que “no da plata” y que “no sirve para la vida”. Por eso, los padres prohíben a sus hijos dedicar sus vidas a la literatura, filología, filosofía, historia, teología, música, arte dramático, crítica cultural, entre otros campos humanísticos y artísticos. El disparate es tal que si un joven tiene intereses por la vida culta la respuesta de los padres y de la sociedad es, usualmente, la incomprensión, la mofa y el rechazo. El erudito (cultivador del idioma, del arte, de las ideas, etcétera) y las amas y amos de casa son considerados seres humanos de segunda categoría, porque la narcocultura únicamente admira y respeta al adinerado y al poderoso, por retorcidos que sean.
Acorde con lo anterior, las señoras narcoculturizadas sienten que “pierden estatus” si dedican tiempo a sus familias, en lugar de entregarse al oficio de ser ejecutivas.
Del mismo modo, los señores se angustian si sus hijos eligen pasar las tardes leyendo buena literatura o escuchando música clásica, en cambio de ir a brincar en discotecas, de frecuentar reuniones políticas para conversar sobre “lo importante” y de gastar sus vidas en las redes sociales, idiotizándose y alienándose cada vez más.
En síntesis, señoras y señores tienen la desacertada convicción de que es más valioso el relumbrón profesional y la aceptación social, que el cuidado de las relaciones familiares y el cultivo de sí mismo. Todo esto prueba que la narcocultura está riada de complejos vivísimos y abundantísimos, que se trasmiten de generación a generación; 3) trivializar y desdeñar los usos sociales. La narcocultura, en lugar de fomentar en los hijos las buenas maneras y sus virtudes colindantes, o sea, la cordialidad, cortesía, amabilidad, urbanidad, delicadeza, pulcritud, elegancia, ilustración y primor, elige plantar la viveza, rusticidad, chabacanería, pillaje y ordinariez. Esos vicios hacen parte del catálogo de valores de la narcocultura porque, en las sociedades indecentes, conducen al éxito, por irrazonable que sea; 4) trepar en la vida como sea. Eso, en estricto sentido, se llama arribismo, pero su densidad epistemológica es tan extensa que harían falta muchas glosas para puntualizar al arribista y sus afines.
*Jurista y filósofo