Nuestros pies se forman en la séptima semana de gestación. Toman forma, uno a uno, los dedos y la estructura básica de nuestros huesos. Solo resta seguir creciendo en medio de esa maravillosa fusión oceánica en el vientre de mamá, el cual empezamos a acariciar con patadas entre las semanas 16 y 22. Continuamos creciendo, aprendiendo a una velocidad inusitada, reconociendo voces y sonidos, luces y sombras, amor y miedo. Una vez nacemos y nos registran toman nuestras huellas plantares, la primera de innumerables improntas que dejaremos a nuestro paso por el mundo. Los músculos de nuestros pies y piernas van creciendo desde el primer día de vida, así que para los nueve meses es posible que ya nos paremos y podamos, tras un diario ejercicio de movimiento, apoyarnos sobre objetos. Para los quince meses ya habremos dado solos nuestro primer paso, en lo que constituye nuestro primer acto de independencia. De ahí en adelante millones de pasos habrán de llevarnos a recorrer la existencia.
Casi nunca pensamos en nuestros pies, mucho menos con gratitud. Nos acordamos por lo general de ellos cuando nos duelen tras una larga jornada, cuando luego de hacer ejercicio nos recuerdan que allá abajo están, listos para sostener todo nuestro peso, para llevarnos y traernos adonde necesitemos y queramos. Hemos convertido el acto de caminar en algo mecánico, dejando de lado la maravillosa sensación que experimentamos de infantes cuando descubrimos que podíamos ir de aquí para allá hasta que alguien más grande nos detuviera.
Hoy podemos hacer una pausa consciente y honrar a nuestros pies, que no solo están para caminar sino para trotar, correr, bailar, jugar algún deporte, saltar, empinarnos, avanzar, retroceder, nadar, bucear, acariciar, experimentar más dimensiones de placer… En realidad no es que nuestros pies estén a ras de piso, sino que gracias a nuestros pies tenemos contacto con la tierra, con el mundo, desde el cuerpo que somos. También somos nuestros pies, con su planta, sus dedos, su empeine, sus uñas.
¿A dónde le han llevado sus pies? ¿A dónde le llevan hoy y le llevarán mañana? Es posible que hayan dolido, que se hayan fracturado, que les haya salido un juanete o un callo. La vida pasa por nuestros pies y pasamos la vida gracias a nuestros pies, un recorrido existencial completo que nos permite ser quienes somos hoy. Gracias a nuestros pies hemos dado pasos que jamás imaginamos fuese posible, hemos trascendido fronteras, explorado las profundidades, trepado las alturas. Hoy podemos hacer consciencia de esos pies que somos y agradecerles por tantos kilómetros de recorrido vital. Podemos acariciarlos con alguna crema humectante, exfoliarlos con sales, dejarlos descansar en agua tibia, cubrirlos amorosamente del frío o refrescarlos con una toalla húmeda. Si acariciamos nuestros pies con plena atención en lo que estamos haciendo es posible que identifiquemos cosas nuevas, que descubramos sensaciones desconocidas, que empecemos a reconciliarnos con nosotros mismos. Y que meditemos en cuáles serán las huellas que vamos a dejar en esta tierra cuando llegue la amiga muerte.