GUILLERMO FRANCO CAMACHO | El Nuevo Siglo
Domingo, 28 de Septiembre de 2014

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Se expuso, respecto a Mijail Gorbachov, el aporte de Eric J. Hobsbawm en Historia del Siglo XX (Crítica, Buenos Aires, 1998) y comenzó el correspondiente a Ronald E. Powaski en La Guerra Fría. Estados Unidos y la Unión Soviética, 1917-1991 (Crítica, Barcelona, 2000) que finaliza en esta ocasión. Conviene agregar, antes de proceder, según Hobsbawm, que la crisis hallada por Gorbachov venía de tiempo atrás y la ubica en 1960; además, sostuvo la existencia de contradicción entre el glasnost y la perestroika porque con el primer concepto se desintegra la autoridad y el segundo se traduce en la destrucción de los antiguos mecanismos que sustentaban la economía. Debe recordarse que muchos califican al citado autor como “marxista”.

Continúa lo relativo a Powaski. En lo que parecería un juicio de responsabilidades, a Leonid Brezhnev se le atribuye culpa en el insuceso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), lo cual refuerza una tesis central: la caída de la URSS y la derrota en la Guerra Fría no fueron consecuencia de factores externos, vale decir, la presión de Ronald Reagan, sino internos y centrados en la debilidad creciente de la URSS. De manera elocuente y breve, se dice que la economía soviética fue incapaz de  financiar el correspondiente sistema político y el fracaso originó impopularidad en la misma URSS y en Europa del Este. Gorbachov quiso reducir costos, suspendió operaciones en el Tercer Mundo, estuvo en desacuerdo con reformistas (luego se reintegraron) y la “línea dura” del antiguo régimen cometió los errores decisivos; Powaski considera que el triunfo de EE.UU. y el Occidente tuvo un precio muy alto para los mismos vencedores y ello justificaría el juicio de algunos en el sentido de que la Guerra Fría solo tuvo perdedores. En EE.UU. se perjudicó la infraestructura física, investigación y educación y, asimismo, la competitividad frente a sus grandes adversarios comerciales, o sea, Alemania y Japón; se agregan los muertos en confrontaciones indirectas, el “macartismo” y el mal uso del poder presidencial. Dice Powaski en su frase final: “Por desgracia, no es posible tener la seguridad de que la democracia perdurará en Rusia, a pesar de la reelección de Yeltsin en 1996. Su caída y su sustitución por una Rusia más agresivamente nacionalista, así como menos democrática y capitalista, podría reactivar la guerra fría”.