Las prisiones
Impresiona haber visto por los medios las cárceles de Colombia sin que ello haya provocado en esta sociedad “humanista y cristiana” la inmediata reacción que era de esperar. El problema no es nuevo, pero es algo que reclama soluciones prontas y eficaces. En asuntos de cárceles ha habido demasiada palabrería en el inmediato pasado de parte de quienes dijeron estar construyendo cárceles “más humanas”. Definitivamente en Colombia no se debe permitir hacer fiesta cuando se coloca “la primera piedra” sino el día en que se pone la “última”. Por lo general nuestros funcionarios son “víspera de mucho y día de nada”.
Bien valdría la pena que los ministros de Justicia, el director del Inpec, los funcionarios de prisiones, los jueces, los fiscales y todos los que tienen que ver con las cárceles, estudiaran su historia, su evolución y fueran obligados a vivir al menos un día en las condiciones reales a las que condenan a quienes, seguramente, -aunque se sabe de la aberración de que hay no pocos inocentes- merecen el castigo.
Pero resulta que una cosa es el castigo y otra la venganza. Esta sociedad -y no solo esta si se piensa en Guantánamo por ejemplo- está inclinada culturalmente a la venganza.
La prisión es pena “que priva de la libertad de movimiento físico” al criminal que es allí no solo para purgar lo que debe sino para re-socializarse. De ninguna manera la prisión puede significar degradación, abuso, irrespeto a los derechos y a la dignidad, tortura pasiva o activa como sucedía bajo los sátrapas, la Inquisición, los emperadores, los dictadores de cualquier signo. No puede ser horrible hacinamiento; la prisión es al tiempo lugar de sanción del culpable y de promoción humana. Y no es un lugar para meter en ella a cualquiera existiendo como existen penas para infractores o para quienes pueden satisfacer de otra manera deudas contraídas con la comunidad. Cesare Beccaria escribió De los delitos y las penas, donde trataba de encontrar -también en el campo del castigo y de la sanción- la pretendida igualdad de todos ante la ley. Claro que no faltarán entre nosotros los discípulos del famoso canónigo Pedro de Castro y de su obra famosa En defensa de la tortura.
Y para meditar Unamuno invita a la reflexión sobre el Libro Mis prisiones de Silvio Pellico, en que el carcelero Schiller decía al preso: “Soy malo, Señor, me hicieron prestar juramento al que no faltaré jamás. Estoy obligado a tratar a todos los prisioneros sin respeto alguno a su condición, sin indulgencia, sin concesión de abusos… El emperador sabe lo que hace; yo debo obedecerle”. En nuestro caso es peor porque nadie ha jurado y lo que ocurre es tan solo malestar de la cultura; se respeta tan solo a quienes cargan nombre y riqueza familiares. Alguien sabe lo que hace y seguramente reclamará obediencia.