GUILLERMO LEÓN ESCOBAR | El Nuevo Siglo
Martes, 4 de Septiembre de 2012

La soledad de Benedicto

 

El Padre Carlo María Martini ha fallecido y su muerte nos priva de un sacerdote, de un pensador, de un hombre de horizontes. Su gran amigo Ratzinger -Benedicto XVI- será quien desde lo afectivo personal y de lo institucional más lo llore y lamente su partida. Era hombre de prolija escritura y parquedad de palabra. Sus sermones y escritos no son fáciles por lo sencillos que son. A Benedicto le sucede igual y ese tipo de personas y de inteligencias no cambian ya que las verdades que dicen ameritan la certeza de las palabras.

La jerarquía eclesiástica actual no es que sea particularmente brillante y puede -según Martini- dividirse en tres grandes grupos. El primero y más abundante es el de aquellos que dicen pero que no creen en lo que dicen. El segundo grupo es el de aquellos que saben lo que dicen pero obran en contrario. Otro grupo -el tercero- es de quienes creen lo que dicen y actúan en consecuencia. Martini, Ratzinger y una decena más de autoridades pertenecen a este selecto grupo.

No son pocos los cardenales que dicen que era el gran adversario de Ratzinger en el cónclave pero que él mismo supo reconocer los límites de entregar a través de las votaciones una Iglesia dividida o de someterla al ejercicio de una persona de nuevo limitada por la crueldad de Parkinson. Además Martini era por naturaleza y desde su jesuítica realidad un “abdícrata” capaz de renunciar a lo que los demás anhelan. Su última obra -producida apenas hace cerca de un mes- confrontaba su pensar con la figura del obispo en tiempos de globalización. Inteligencia pastoral habrían de tener.

Benedicto XVI sabía que Martini pensaba diferente en muchos temas. Discutían y discreparon en varias cosas, pero el Evangelio los unía. Eran como ama decir el Papa alemán dos orillas del mismo río, dos formas de pensar unidas por el mismo Evangelio y por el mismo testimonio.

Martini ha realizado su Pascua con el Señor, ha hecho tránsito a la eternidad con delicada entereza. Supo cuándo debía irse y cómo debía comenzar a desvanecerse. No todo el que ha tenido poder sabe marcharse. Los que lo ejercieron para servir lo saben hacer; los que no, mortifican a los demás imponiéndoles la debilitada caricatura de su presencia.

Benedicto XVI se está quedando solo. Le quedan en Roma y en Europa algo más de una decena de pensadores capaces de hacer coincidir sus vidas con lo pensado.

Mucho se dice de los problemas temporales de la Iglesia y existe la obligación moral y evangélica de ponerlos presente; eso enmugra la pared de la casa, pero de una cosa hay que estar cierto y es que mirando hacia adentro se nota que este Papa actúa con serenidad y buen pulso. Esto lo sabía y decía Martini con la sencilla fortaleza de quien dice la verdad. Hará falta su mirada sobre el mundo pero nos quedan su palabra y su testimonio. Benedicto y Martini, sin embargo, seguirán dialogando ahora desde el silencio.

guilloescobar@yahoo.com