GUILLERMO LEÓN ESCOBAR | El Nuevo Siglo
Martes, 18 de Junio de 2013

¡A veces llegan cartas…!

 

La política colombiana ha sido poco epistolar. Y esto es  porque ese género demanda más que los otros de sinceridad. Por lo general hace parte de la literatura intimista o aquella que pretende ser didáctica como lo fueron las famosas cartas de Lord Chesterfield a su hijo Philip Stanhope escritas con delicadeza, afecto y ese sentido tan agradable que desarrollan los ingleses cuando dicen la verdad.

El género epistolar -cuando se hace público- responde igualmente a un deseo firme y claro de orientar los espíritus de buena voluntad hacia las verdades que -por ser de fe-  no son discutibles ni negociables. Magnífico ejemplo de ellas son ante todo las Cartas de Pablo de Tarso.

Pero ver en Colombia el ingreso de la política en el género epistolar causa una cierta pena porque bien se sabe que lo que en esas cartas se diga está marcado por su lejanía de la verdad. No se quiere con esta afirmación decir que quienes las escriben mientan sino que la  carta al pasar por el túnel de la política se carga de todos los problemas que la política tiene con la verdad, con la honestidad y con la buena voluntad de servir desinteresadamente al Bien Común.

Ya son varias las  cartas que este año se han dirigido al Presidente de la República que en buen romance no deben ser respondidas porque las verdades que  han expresado llevan la trampa del oportunismo que es propio del juego legítimo pero que les quita el valor de enunciados de validez general.

Muy diferente serían esas mismas misivas dirigidas exclusivamente de la persona que escribe a la que se quiere hablar, reconvenir o motivar al análisis. El ánimo patriótico exige la confidencia. Por ello solo se habla de violación de la correspondencia -de lo epistolar- cuando se ponen sus contenidos en pública evidencia. Las Cartas públicas a personas concretas tienen la fragilidad de los valores en sí mismas.

Otra cosa son las  “Cartas abiertas” o “Cartas públicas” que son  nombres falsamente delicados que se dan a los manifiestos de antaño. Por lo general son plurales o muchos los ciudadanos quienes las suscriben  y tratan de concitar la aceptación de muchos de quienes las lean.

Si se repasa la historia del género epistolar en la vida política se podrán catalogar de verdaderamente raros los casos de estas cartas que por su relativa frecuencia tratan de tomar por asalto un género que es preciso salvaguardar de la política en donde al pensar de Nicolás de Maquiavelo -el gran Secretario- para un político es pecado grave  creer en la honestidad de las intenciones de otro y para la gente es señal de absoluta ingenuidad “fiarse” de quien en la primera oportunidad afirmará que no fue la veleta la que cambió sino el viento el que modificó su dirección.

Bien se dice que es el sofisma el acompañante de toda interpelación o planteamiento político; nadie niega las verdades que contiene pero pocos tienen la habilidad de descubrir las otras intenciones que encubren.

guilloescobar@yahoo.com