Constato a diario que no es raro que algunas personas hablen por hablar, sin propósito claro, aunque siempre con consecuencias por lo dicho. Se emiten constantemente opiniones, pareceres, dichos, se sostienen afirmaciones que no lo son tanto, al final de las cuales uno bien puede preguntarse para qué se dijo lo que se dijo. No pocas de las cosas que se dicen sin propósito terminan afectando a otras personas y aun a quien las dijo. Una especie de situación que se podría definir como hablar por hablar.
No nos debería faltar de vez en cuando una revisión sobre el contenido, quizás también el tono, de nuestras conversaciones. Es increíble el poder de la palabra pronunciada y también la escrita. Nada hay de neutro en ella. Creo que la queja ya muy común y difundida del efecto de las redes sociales tiene que ver con el uso, pésimo, de la palabra sin medir consecuencia o quizás sí. Quien hace uso de la palabra habría de tener claro que es quizás el instrumento más poderoso que tenga el ser humano en su diario vivir. Tan potente que su ausencia nos causa angustia y sospecha. Tan poderosa que cuando es anunciada con solemnidad suscita actitudes propias para recibirla, asimilarla o de pronto resistirla con dignidad.
La Biblia, en su sabiduría inigualable y en su carácter divino, cuenta que todo fue hecho a través de la palabra y que la Palabra existía desde siempre y sin ella nada de lo que existe fue hecho. Es decir, qué interesante, antes del mismo ser humano ya existía la palabra y su objetivo, cada vez que se da, es crear nuevas realidades. Ojalá todas fueran buenas y esperanzadoras, pero no siempre es así. De manera que cada persona, a imagen de Dios, tiene en su boca la capacidad de crear realidades nuevas a partir de lo que de ella salga. Tan potente es que los tiranos siempre persiguen y matan a quienes se expresan. No conocemos de persecuciones a los mudos, aunque estos silencios también tienen a veces consecuencias muy graves.
Palabras con propósito se descubren en abundancia en el Evangelio: “hoy estarás conmigo en el paraíso”, “Lázaro levántate”, “tus pecados quedan perdonados”, “derriben este templo y en tres días lo reconstruiré”. El Redentor del mundo poniendo toda la fuerza de su palabra al servicio de la humanidad. Un buen ejemplo para que hombres y mujeres seamos sabios en el uso de nuestra capacidad de comunicarnos y lo hagamos con el único propósito de crear y sostener situaciones nuevas de bien y concordia. Hablar por hablar suele generar malestar y ocasionar heridas que no siempre cierran fácilmente. El voto de silencio que se tenía antiguamente en algunos recintos religiosos puede ser un buen ejemplo de cómo no hay que desperdiciar las palabras y que en ocasiones el mejor lenguaje es el mismo silencio. Ni una palabra más.