Hay tendencia a hablar de lo malo, que desafortunadamente abunda en el mundo, pero, con confortante optimismo, sintámonos invitados a pregonar que “más dicha que dolor hay en el mundo”, que nos coloca en tónica de imperturbable alegría y esperanza. En esta mitad del año y hacia la mitad de un convulsionado período presidencial, me siento llamado a prestar un servicio a mi amada Colombia, invitando a “pensar y hablar de lo bueno” que hemos tenido y tenemos en ella.
He dedicado tiempo a leer el amplio contenido del “Informe Final” de la “Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad”, que, gentilmente, me envió su Presidente, P. Francisco De Roux, en donde se destaca el cometido de acercarse al mayor número de personas a quienes tocó directamente el Conflicto vivido por tantas décadas en Colombia. Se constata que la última etapa de agresividad se inicia, con la arremetida violenta en el Gobierno de Guillermo León Valencia, en enero de 1964, con el intento de arrasar grupo fuerte guerrillero ubicado en llamada “República de Marquetalia”, en Río Chiquito, entre Huila y Cauca, comandado por Manuel Marulanda (Tirofijo).
Es de advertir que en mencionado “Informe Final”, en la parte “Colombia adentró”, dedicado a la “Frontera Nororiental”, en su “Presentación” (pags-20 a 29), hay culminante reflexión sobre el resultado de la misma Comisión de búsqueda de la verdad sobre conflicto armado, y, sobre, que, con base en la verdad, se pongan en silencio las mentiras, y surja la verdad, y que, con ella aceptada serenamente, se ponga fin a silencios que han permitido la violencia. Enseguida, los Comisionados advierten la existencia del “miedo que genera la verdad” (pág.21).
Es de dejar sentado que aunque se señale el hecho y fecha aludidas como momento culminante del inicio de la reciente violencia armada en Colombia, no se puede centrar en ese momento su iniciación, pues su verdadero comienzo hay que buscarlo desde el fiero enfrentamiento, por ambiciones, desde la Conquista y Colonia del Continente Americano, y aún en el comportamiento de pueblos y naciones desde las más remotas épocas, recordadas en la misma Biblia, en su referencia a Caín y Abel, con intervención divina para que cesara la persecución del asesino, y no fuera esto permanente drama de la especie humana (Gen. 4,1-16). Las más antiguas memorias en historia y literatura de los diversos pueblos, nos hablan de guerras con múltiples estrategias, y, hasta Cervantes, que estuvo en la Batalla de Lepanto (07-10-1571), presentó instintos guerreros en su Quijote en sus luchas con molinos de viento.
Prosiguiendo en ese ancestral estilo y costumbres guerreras de los pueblos, tenemos permanentes diferencias que se suscitan dentro de ellos, o con otras naciones y hasta entre Continentes. Con el correr de siglos y milenios, sigue la humanidad en busca de caminos para mermar, al menos, los conflictos bélicos, con avances en recursos nucleares, pero con íntima convicción hemisférica de la necesidad de poder frenarlos, si no queremos, que, como bien se anota: al final de una guerra basada en esos poderíos, bien podría suceder que en nuestro planeta no quedaría quien narrara la historia. (Continuará)
*Obispo Emérito de Garzón
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