Vivimos como planeta épocas difíciles, marcadas por el enriquecimiento de unos pocos a expensas de miles de millones de personas y de los ecosistemas. O lo que queda de ellos. ¿Algo nuevo? No, para nada: es una crisis perpetuada a lo largo de varios milenios.
La caja de Pandora la abrimos hace seis mil años. Lo continuamos haciendo y siguen saliendo de ella todos los males que conocemos, que hacen parte de la totalidad. Necesitamos dejar de luchar contra ellos para trascenderlos, pues de lo contrario los fortaleceremos. Para esto se precisa que cambiemos la mirada sobre la vida y sus procesos; el cambio es personal e intransferible, de ahí que sea una dinámica lenta e incluso casi imperceptible. Sin embargo, la sutileza de las transformaciones no implica que no se estén dando. De esa ánfora mitológica, cargada de sentido, hace ya algún tiempo también empezó a emerger la esperanza. Hay multitud de apuestas individuales de cambios paradigmáticos que ya muestran influencia en lo colectivo.
Como en realidad somos una sola humanidad, han surgido simultáneamente -desde hace años y en todas las latitudes del globo- iniciativas que trabajan por el regreso a la unidad. Cada vez hay más redes de personas y organizaciones que suman sus saberes y experiencias para la construcción de relaciones con más consciencia y mayor conexión con el amor como fuerza, que en sincronicidad plantean acciones sobre el cuidado de la vida: la transición de energías no renovables a limpias, la generación de nuevas economías solidarias y circulares, la reducción en el uso de plásticos, el uso de las semillas libres, la protección del agua y la biodiversidad, el planteamiento de nuevos derechos y deberes desde la totalidad. Todo esto ocurre aquí y ahora; sin embargo, no es algo tan visible pues implica -por un lado- la modificación de un statu quo que se resiste a ser cuestionado, que responde a todo intento de cambio con represión, descrédito, amenazas y muerte; y -por otro lado- la confianza en actuar desde la fuerza amorosa para seguir construyendo entramados vitales que nos beneficien a todos los seres vivientes, sin excepción.
Este es un llamado a la fe en la humanidad, ¡a pesar de las casi infinitas razones que tenemos para no creer en ella! Necesitamos confiar en nuestra propia y personal capacidad de cambio, en que podemos reconocer adentro la divinidad que ha sido encubierta, pero que brilla incesantemente. Requerimos hacer consciencia de esos principios femeninos que también nos sostienen, pues cada ser humano proviene de una madre y un linaje materno. Precisamos reactivar la cultura del cuidado, propio y mutuo. Esto, lejos de ser un propósito romántico, es una acción fundamental para seguir evolucionando, pues a ello estamos llamados. Sí, seguirán por años la competencia, la lucha; podemos ser cada vez más conscientes de ellas y elegir si les hacemos el juego o no. Por ello las salidas son hacia arriba: en la conexión con la Totalidad, en el logro de más altos niveles de consciencia.