Paso a referirme a momento de tanta trascendencia en el que estamos en Colombia en busca de una paz duradera, cuando el sorpresivo resultado del plebiscito, y los efectos inmediatos del No mayoritario cambiaron diametralmente el subsiguiente rumbo de lo planeado a seguir de haberse aprobado.
El pueblo colombiano pidió a Jesucristo y a María Santísima, con fe profunda, nos diera lo que más conviniera al país en medio de tan fuertes discrepancias entre personas de buena fe de lado y lado, así hubiera indebidas actuaciones, en una y otra campaña, por sus promotores. Felizmente, enseguida, quedó claro que no eran amigos de la guerra quienes no aceptaban esos acuerdos, y se levantó, por casi unanimidad, la bandera de la paz y reconciliación. Surgió clamor general por buscar, entre todos, caminos de mayor consenso hacia la paz. En un primer momento, las distintas corrientes de opinión, aceptaron, para ello, avanzar, sin premura, hacia acuerdos que tengan consenso general.
Pronto la Iglesia Católica, que no ha estado de espaldas en esta gesta democrática, pues pidió con insistencia a sus fieles, y a todos los de buena voluntad, cumplir con el deber de participar con su voto en este momento decisivo para el país, pasado este ejercicio de democrático, dio sereno y animador mensaje, con invitación que todos, aunados, demos pasos hacia la paz. En ejemplar estilo de fraternidad, fe en Dios, y amor a Colombia, se reunió el Episcopado, por dos días, dando Mensaje en unidad, en el que advirtió la falta de convicción de las gentes a participar en eventos democráticos sin necesidad de halagos como en las campañas partidistas, para lo cual ve que urge dar mayor formación cristiana.
Destacó, el valioso comunicado del Episcopado del pasado mes de julio, a poca distancia del plebiscito, lamentablemente poco difundido y no asimilado. Se insistió, de nuevo, en los graves males que hay qué superar como el alejamiento de Dios, las campañas contra valores como la vida y la familia y la corrupción a todo nivel, al tiempo que se reclamaba el cultivo de lo opuesto, y más dedicación a responder, debidamente, a la ciudadanía en educación y salud y promoción social.
Se invitó a repasar aquel valioso y concreto aporte, y que, de inmediato, los dirigentes de país pongan toda su voluntad en enmendar puntos concretos en los acuerdos no aceptados por el pueblo colombiano, que se expongan con firmeza a las Farc, y que ellos, en actitud, no de palabra sino de obra, si quieren de verdad la paz, acepten el querer de la Nación. Que se avance, así, a un gran acuerdo nacional, que permita llegar, por fin, a vivir en armonía y paz bien fundamentada.
De esa manera llegó, el Episcopado unido, a hacer su llamado a avanzar con serenidad y patriotismo, procurando que se acojan las enmiendas solicitadas. Ese fue el contenido y estilo de su mensaje pastoral. En otras declaraciones, así sean del Presidente de la Conferencia, si no son acordes con el contenido de ese documento colectivo, no son la verdadera opinión de nuestra Iglesia.
Por lo expresado por el Episcopado en ese Encuentro, es de tener en cuenta que hubo aspectos que se señalaron como no aceptables de los acuerdos de La Habana, como estatuir la conexidad de delitos atroces como los “políticos”, con exoneración de penas a aquellos, y posibilidad de que criminales, sin expiar sus acciones, lleguen a cargos de representación o de gobierno. También hubo el rechazo al innegable propósito de darle en ellos apoyo a la “ideología del género”, algo con raíces de tan profundo ateismo y enfoques contra la fe y costumbres de los creyentes, así tozudamente quieran algunos negar.
Que se concrete un texto que conozca el pueblo colombiano, y se le dé aprobación en consenso definitivo, con espíritu patriótico, bajo la bendición de Dios. Así llegaremos a la anhelada paz duradera.
*Obispo Emérito de Garzón
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