El problema más grave que tiene Colombia no es con quien se reúne un candidato, a quién visita, qué se dicen entre ellos, cuál es más oportunista que el otro, cuáles han convertido la política en turismo de estación, etc. Sin duda, nada de esto toca ni uno de los mil problemas que se hace necesario solucionar en la nación. Por ejemplo, el tema del hambre que ya por diversas fuentes ha sido presentado como uno de los problemas que ya aqueja a muchos colombianos y que puede afectar a muchos más. Y las fuentes son oficiales, eclesiásticas, de oenegés, de la ONU. Pero la principal fuente la constituyen los afectados que hoy no tienen comida o solo una o dos al día. Y la mendicidad que crece enormemente en las calles y veredas del país.
Ha de ser muy hiriente para quienes padecen problemas de la magnitud de no tener alimentos diariamente, observar lo que hacen y dicen la mayoría de quienes aspiran a ser presidentes de Colombia. Deben sentir lo mismo que las familias que tienen hijos adictos y escuchan a los políticos decir que lo mejor es legalizar las drogas. O lo que sienten quienes no han podido tener hijos cuando se alzan banderas para aprobar el aborto o la eutanasia. Hay mucha agresividad contra los débiles en todas estas posiciones, bien sea por lo absurdo de las propuestas o por la indolencia ante situaciones tan graves. Y todas ponen en peligro la vida. No se trata de nada menor.
Revoluciones como la francesa de 1789 se desataron cuando el hambre se extendió, cuando ya no hubo pan y cuando los que todo lo tenían seguían en su opulencia cínica de siempre. Si las personas empiezan a sentirse acorraladas por la falta de alimentos harán lo que los instintos, no la razón, les indiquen y no será propiamente convocar a rezar el Rosario. Irán por el pan a donde crea que está y tal vez rompan alguna vitrina. ¿Puede ser de otra manera? ¿Se le puede pedir a un padre de familia que no tiene un bocado para sus hijos que sea ponderado en sus actuaciones? Difícilmente.
Si hay gente aguantando hambre es porque falta trabajo. Y si éste falta, es porque el país no crece lo suficiente para darle ocupación digna, estable, duradera y justamente remunerada a muchas personas. Se pregunta uno si la forma como funciona Colombia permite en verdad crecer o si por el contrario es la sociedad que todo lo impide, que a todo se opone, que está llenas de trabas y leyes para que nada llegue a ser grande e importante.
No hay que tomarse a la ligera el hambre de tantas personas. Quienes distribuimos alimentos gratuitamente a los más hambrientos apenas sí logramos paliar un fenómeno que puede estallar en cualquier momento en rabia y destrucción. Los candidatos a dirigir el país podrían empezar a contarnos qué quieren hacer en verdad por todos, no a quiénes odian, a quién le deben favores, con quién tiene componendas por debajo de la mesa. Todo esto se sabe o se sospecha. Es hora de pasar del ego -que lo tienen muy grande todos- al nosotros, que seremos, gústenos o no, gobernados por uno o una de estas extrañas personas. La gente con hambre no duerme.