HERNANDO GARCÍA MEJÍA | El Nuevo Siglo
Sábado, 24 de Diciembre de 2011

Nueva versión de Caperucita Roja

Según el cuento popular recreado por los hermanos Grimm, a Caperucita Roja se la comió un lobo feroz, lo mismo que a su abuelita. Pero miren cómo son las cosas y de qué manera los cuentos se tergiversan. Acabo de descubrir, con no poca sorpresa, que esa imputación es falsa y que quien cometió el crimen fue cierto fulano que posa de promotor de lectura, pero que, en verdad, no hace más que venderles a los ingenuos la idea de que es un genio sin par.

El fulano no sólo se comió a Caperucita, a quien dice adorar, sino que deambula por bosques de libros descalificando a diestra y siniestra a los creadores que no admiten su manipulación, curiosamente financiada con dineros sociales de los trabajadores.

-Ese escritor no sirve -dogmatiza.

-¿Por qué? -pregunta el lector, que busca ser iluminado y no desorientado.

-Porque tiene falencias.

-¿Qué tipo de falencias?

-Escribe como no se debe.

-¿Y cómo se debe?

-Como se escribe de verdad.

-¿Y cómo se escribe de verdad?

-Como escriben los buenos.

-¿Y cómo escriben los buenos?

-Escriben bien.

-¿Y cómo es escribir bien?

-Pues simplemente bien.

El fulano dizque posee una colección de cuadros, ilustraciones y libros sobre Caperucita y mientras suspira por ella urde seudoestudios de supuesto especialista literario. También redacta historias mediocres, premiadas en concursos semiclandestinos y que, por supuesto, son olvidadas una vez aparecidas.

Asimismo, colabora en publicaciones bibliográficas en las cuales figuran siempre los editores amigos, que le pagan por la propaganda invitándolo a farfullar sus monótonas babosadas en todos los seminarios de lectura. De cada libro infantil o juvenil extranjero que publican le envían cantidades de ejemplares, que son impuestos a sus pupilos burocráticos, quienes, a su vez, garantizan la adopción en aulas, bibliotecas y salas de lectura.

El fulano de marras duerme rodeado de múltiples presencias de Caperucita, se levanta encomendándose a ella y malgasta su grísea vida imponiendo vetos, ignorando que el verdadero intelectual no debe ser un censor sino un estimulador de lectores.

Pero hay que ser justos. Tal vez esa actitud oscurantista, apoyada por fuertes solidaridades mafiosas, puede deberse a que el individuo aún no ha sido capaz de digerir a la pobre infanta. Por tal motivo, como al lobo calumniado, urge abrirle la panza y sacársela, desinfectándola antes con todo cuidado, ya que existe la posibilidad de que el desarrollo mental de la niña haya sido gravemente afectado por la incurable tontería del depredador.

Recordemos lo que anotó Jairo Aníbal Niño alguna vez: “La escritura es algo subjetivo y los más grandes han gozado de estar por fuera de lo establecido”.