HERNANDO GÓMEZ BUENDÍA | El Nuevo Siglo
Domingo, 20 de Noviembre de 2011

Santos y la legalización de la  droga

 

Unos no podían hablar porque tenían rabo de paja: acusados o sospechosos de haber tenido nexos con los narcotraficantes, los presidentes de turno tenían que ser muy duros contra la droga. Y además un Presidente no podía criticar la política oficial de los EE.UU., mientras su apoyo militar fue decisivo para poder derrotar a la guerrilla. 
Por eso, desde que Belisario Betancur declaró la guerra contra la droga en 1983, los presidentes de Colombia habían sido inequívocamente prohibicionistas. De ahí la importancia de las declaraciones de Santos para la prensa inglesa sobre la descriminalización del cannabis y de la cocaína: “si legalizar las drogas acaba con la violencia, no me opongo”.
Él sabía -y lo sabemos todos- que su declaración no sirve para nada ni cambiará nada. Pero atreverse a hablar de legalización significa que Colombia -el Presidente de Colombia- no se resigna más a la categoría del narco-país vergonzante que fuimos durante tanto tiempo.
Los hechos básicos le dan la razón a Santos. De entrada, él es un presidente que no tiene rabo de paja. Y el peso relativo de Colombia, tanto en la siembra de coca como en la exportación de cocaína, ha venido disminuyendo mientras crece, por un lado, la importancia de Perú y Bolivia, y por el otro lado la de México y Centroamérica.
Para redondear esta pintura optimista, Santos apeló a la tesis de que “las Farc son el último cartel”, de suerte que su derrota cantada vendría a ser el fin del narcotráfico en Colombia. Esto, claro, no es verdad -o por lo menos es bastante más complejo-; pero después de 8 años de hablarle de  “narco-terrorismo”, la opinión internacional no distingue lo uno de lo otro.
De modo pues que sin guerrillas ni capos de renombre, Colombia tiene hoy una imagen muy distinta frente al mundo: para Wall Street y para la gran prensa mundial, el “Estado fallido” de ayer es ahora un país emergente, “donde la seguridad ha sido recobrada y hay un futuro económico boyante”. La declaración de Santos sobre la droga es la prueba y al mismo tiempo la consagración de ese cambio.
Más todavía, también el mundo ha cambiado en sus percepciones sobre la drogadicción. Después de 50 años de fracasos insistentes, los llamados a revisar la política mundial sobre la droga han venido en aumento. En América Latina, Cardoso, Zedillo y Gaviria se pronunciaron hace un par de años. En julio pasado fueron Kofi Annan y sus colegas de la Comisión Mundial sobre la Droga. Hace un mes el turno fue para Vicente Fox, que levantó ampollas en México. Y el propio Obama ha mencionado un par de veces la posibilidad de abrir ese debate. Así que el presidente Santos no está solo en su discurso.
Pero en los hechos no hay ningún avance: Obama sigue, y Santos sigue, y el mundo entero sigue aferrado a las mismas políticas de siempre. Sólo se asoman dos cambios: legalizar la venta de marihuana (lo que intentó California)  y despenalizar el consumo de las drogas “duras” (lo que Portugal ensaya). Pero Colombia o México no exportan marihuana, y permitir el consumo pero no la producción de cocaína sería el gran “papayazo” para los narcotraficantes.
Así que bien porque Colombia se está lavando la cara, pero mal porque el Presidente de Colombia no moverá un dedo para cambiar el rumbo que él sabe y dice públicamente que no nos llevará a ninguna parte.