La imagen popular del exitoso operador en los mercados financieros la forjó en 1987 la película Wall Street, donde el villano, Gordon Gekko, es, según un crítico, “un Mefistófeles que porta trajes hechos a la medida”. Gekko, interpretado por Michael Douglas, prospera y eventualmente sucumbe gracias a turbias compras de empresas por medio de información privilegiada e ilegalmente obtenida. Pero, contrario a lo que sugiere dicho guion, los héroes infravalorados del capitalismo bursátil son individuos que, lejos de caracterizarse por niveles monumentales de soberbia, invierten según un agudo sentido de humildad.
Tal vez el mejor representante de esta corriente de inversión sea el exgestor de fondos Peter Lynch, quien dirigió el legendario Fondo Magellan de la empresa Fidelity Investments entre 1977 y 1990, período durante el cual superó ampliamente los retornos del mercado. Lynch le atribuye su éxito al haber invertido en contra del consenso de Wall Street. De hecho, Lynch argumenta que el consumidor promedio y los inversionistas amateur tienen ventajas importantes frente a los grandes fondos institucionales a la hora de invertir, en especial su experiencia al comprar bienes y servicios de empresas que crecen con rapidez durante sus etapas iniciales, mucho antes de que los analistas financieros profesionales las tomen en serio.
Lynch narra cómo se enteró de la existencia de L’eggs, una marca de medias veladas- propiedad de la empresa Hanes y disponibles en los supermercados- que se convirtió en una de las mejores inversiones de su carrera. No fue a través de un sofisticado análisis financiero, sino porque su esposa le comentó que era un producto superior. Lynch también comenta que otra de sus valiosas fuentes de información bursátil eran los hábitos de compras de sus hijas adolescentes.
“Por más que nos guste pensar que nuestros hijos son extraordinarios”, escribió en 1993, “a la vez son parte de una tribu internacional de compradores con los mismos gustos en gorras, camisetas y bluyines”. Requiere algo de humildad reconocer que los mismos productos y servicios que le agradan a uno y a sus familiares cercanos tienen una atracción masiva. Y dicha admisión puede constituir una ventaja en la bolsa.
Aunque Lynch es una vedette entre los inversionistas, meros mortales han implementado métodos similares con un éxito considerable. Uno de los mejores ejemplos es el de Sylvia Bloom, una secretaria de una firma de abogados que vivía en Brooklyn, Nueva York. Al morir a los 96 años en el 2016, Bloom dejó una fortuna superior a los 8 millones de dólares, lo cual no sospechaban ni sus seres más cercanos.
Según el New York Times, Bloom observaba meticulosamente las inversiones de los abogados de la firma que la empleaba, las cuales ejecutaba como parte de su trabajo, y frecuentemente las emulaba con los menores montos que permitía su salario. También vivía de una manera austera y trabajó durante su vejez. La mayor parte de su fortuna la heredó una fundación que ayuda a estudiantes necesitados. Una cara del capitalismo distinta a la de Gordon Gekko.