Para quienes llevamos la mayor parte de nuestra vida luchando por la equidad de oportunidades entre hombres y mujeres el día de la mujer es agridulce. Por un lado hay una conmemoración clara de quienes –desde la perspectiva femenina- han dado incluso sus vidas por poder ser quienes realmente desean ser, y por el otro un mantenimiento soterrado del machismo a través de estereotipos manifiestos del rol que la sociedad nos ha dado: la flor por solo su delicadeza y belleza –más no por su capacidad de dar superviviencia a la planta-, o el color rosado que se le asigna a la mujer por esa comparación, sin importar que la rosa sea roja por excelencia, roja como la sangre que compartimos con nuestros hijos.
Los avances son innegables: hoy en día se puede hablar de más equidad sin miedo a que alguien lo señale a uno de loco, se puede aspirar a roles o espacios más competitivos sin que sea un escándalo, se puede hablar de las diferencias salariales, la carga laboral y de oficios en los hogares y similares sin que de entrada se descalifique a quien usa dichos argumentos, o se puede decidir cómo vestirse sin que ello amerite un juicio de valor machista como solía hacerse. Sin embargo, también es cierto que la equidad aún es lejana, que la liga de fútbol femenina la cerraron por denunciar los abusos de los hombres –no por su capacidad competitiva-, que la brecha salarial aún no se cierra y que las mujeres tenemos que vestirnos como la sociedad nos pide para darnos credibilidad.
Con la entrada al ruedo por la alcaldía de Claudia López se fortalece la discusión por una mejor ciudad, se sube a un nivel distinto la discusión política, y la baraja de mujeres pre-candidatas muestra una diversidad que nunca antes había estado disponible para nuestra capital. Sin embargo, es la hipocresía de nuestra sociedad la que hace que una persona tenga que vestirse de rosa para que le creamos que es parte de esa baraja de candidatas. La hipocresía que les pide a las mujeres que den la batalla de igual a igual con los hombres, porque hemos avanzado, pero que las critica si se salen del modelo tradicional de la mujer sumisa y femenina (más no feminista). La hipocresía que hace que los asesores corran a promocionar lo que creen que una persona “debería ser” y no quien es.
Bogotá necesita de la honestidad de sus líderes para dar un verdadero paso adelante en política social, económica, de seguridad y de bien-estar para todos. Merece que construyamos futuro y no que tengamos que disfrazar nuestro yo manteniendo vivos prejuicios y clichés del pasado.
Parágrafo: ¿Ya empezó la campaña? Porque las actividades de muchos “pre”-candidatos no parecen ser éticas con los límites que pone el Consejo Nacional Electoral. ¡Ojo ciudadanía!