El Covid 19 ha puesto todo patas arriba. En Europa y en los Estados Unidos, y algo he oído de Colombia, las casas que acogen gente mayor, han sufrido una verdadera devastación, léase muerte, entre sus habitantes. Como Pedro por su casa ha entrado el dichoso virus y se ha ensañado con los mayores. ¿En realidad este invento de los hogares geriátricos es o era un buen invento? ¿No será que fue una idea que le dio comodidad al resto de la familia, pero no necesariamente al que allí está viviendo?
Entre los pobres, que lógicamente no pueden darse el lujo de pagar una casa para sus mayores, la mayoría de ellos viven con sus hijos o nietos y todos se acomodan medianamente bien. Pero entre quienes tienen cómo pagar hogares y sus varios servicios, la idea de “llevar” allí a los viejos cogió desde hace años una fuerza hasta sospechosa. “Es que allá están mejor”, dicen. O mejor sería decir: “Así estamos mejor aquí” (sin ellos).
Algunas personas mayores optan por casas geriátricas y se acomodan felizmente. Otras son muy pobres y las acogen los famosos ancianatos de monjitas y los cuidan con cariño grande. Muchas son llevadas a esas casas porque “no hay cómo cuidarlas bien” en la propia casa o familia porque está todo el mundo muy ocupado. O porque su situación física o mental requiere cuidadores todo el día, se dice con aires de revelación celestial. Puede ser. Pero, pero, pero… no me convence del todo el planteamiento.
El cuidado, la atención especial, la paciencia suma que requiere el acompañar a la gente mayor, todo eso debería hacer parte esencial y cotidiana de la vida de las familias. No debería ser visto como un obstáculo ni mucho menos como un estorbo o como una actividad extraña. Sería deseable que todos los miembros de una familia incluyeran en su plan de vida, como algo esencial, no como una cosa secundaria, el cuidado de los viejos y de ser posible en sus propias casas y en su amable y cariñosa compañía. Debe ser muy diferente para una persona mayor cogerse de la mano de su hijo o hija, que agarrarse de la mano de alguien vestido de azul y con zapatos crocs. La sensación debe ser muy diferente.
En muchos de los hogares geriátricos que hay en Colombia se respira una tristeza larga, como dijo Piero. Deambulan allí toda clase de enfermeras, de auxiliares de cualquier cosa, niñas que hacen mil oficios y de vez en cuando llega un carro de medicina a domicilio. Todo muy técnico y aseado. Pero puede faltar el principal ingrediente de la vida y más aún de la vejez: el cariño, la cercanía, el tono de voz reconocido, que solo puede darse entre los miembros de la familia. Aunque algunos dicen que después de la pandemia seremos igual que siempre, me ilusiono con que el tema del cuidado de los mayores vuelva a estar en la conversación familiar como una tarea que le corresponde primordialmente a los hijos y los nietos. Que solo en casos extremos se “depositen” los abuelos, -dijo el Presidente- en aquellos lugares donde las voces son desconocidas, las manos extrañas, el cariño prestado.