Es un término muy usado en la teología espiritual para referirse a uno de los ejercicios más complejos para quien desee, sobre todo, poseer, en el mejor sentido, a Dios. Realmente se comienza por hablar de los apegos, para luego iniciar el rompimiento con aquello que nos carga de alguna manera. Pero vale no solo en la búsqueda de Dios, sino también de la libertad personal. Y el tema viene al caso porque todo parece indicar que hacia futuro la mayoría de las personas nos habremos empobrecido y, si no, estaremos llamadas a compartir mucho más con quienes pandemia y cuarentena hayan dejado en la física olleta. Y compartir es ceder algo de lo propio a quien más lo necesita. Me surge, entonces, la pregunta acerca de qué será aquello de lo cual seremos capaces de desapegarnos para los tiempos que vienen.
De lo más a lo menos visible, quizás la gran mayoría de personas se enfrentará al reto de ordenar de nuevo las prioridades de su vida y puede ser muy posible que realidades tan comunes hasta ahora -viajes, restaurantes, espectáculos, modas- tengan que quedarse por un buen rato en el cuarto del olvido. Pero para muchos, estas “vanidades” tienen importancia capital y son como su forma de manifestar que están vivos y que la vida es para gozarla. Y, así, desprenderse de ellas no será cosa fácil. Como tampoco lo será seguramente para muchos el tener que dejar actividades que parecían imprescindibles, pero que ciertamente se puede vivir sin ellas: vida social, deportes de grupo, masivas celebraciones religiosas, visitas a centros comerciales, rumbas concurridas, etc. Y también es muy posible, como ya se ve, que la calle, el parque, la oficina, la universidad, deban dejarse por un buen tiempo. Increíble, pero cierto.
Pero habrá desapegos más dolorosos e indeseados en algunos casos. Es que si la platica no aparece, quizás sea hora de dejar de lado lo que no sea esencial para vivir. Y podría ser el pago de matrículas, afiliaciones a cuanta chuchería nos venden a todas horas, y de pronto cuotas de realidades importantes como seguros de salud, préstamos hipotecarios, estudios de post -hiper- mega grado, pues ni dónde ejercerlo habrá. Todo esto irá acompañado de una angustia latente para que no llegue el momento en que no alcance el dinero o no haya para comer, para el techo, para el vestido. Dios quiera no lleguemos a esos extremos, pero conviene no agotar el dinero en lo que nunca fue totalmente indispensable.
Como conviene sobremanera que quienes abundan en dinero, sean muy generosos a la hora que los más desposeídos toquen a la puerta para implorar auxilio. Y que no lo hagan, como a veces se ve, solo para ahorrarse impuestos, sino para aportar más porque pueden hacerlo. Se trata de dar, no de negociar. Como quiera que sea, alistémonos para empezar a vivir más sobria y austeramente. Para muchos puede ser una experiencia nueva y muy atractiva por su sensatez, racionalidad y sentido de justicia con todos. O sea que desapegarse puede terminar en apego a nuevas y más sencillas realidades que pueden traer liberación y alivio.