HORACIO GÓMEZ ARISTIZÁBAL | El Nuevo Siglo
Jueves, 22 de Diciembre de 2011

La Navidad y el Redentor

Si estás triste, alégrate, la Navidad es gozo. En esta época se repite un milagro: nace el Redentor del mundo. Comenzó su vida extraordinaria bajo el cielo dulce y apacible de Galilea. Reveló sus santas enseñanzas en el templo, en caminos, sobre el lago, en la cumbre de la montaña. Su palabra innovadora conmovió al mundo. Jesús, para todos los niños tuvo una caricia y para todos los pecados una palabra de perdón.

¡Qué poder maravilloso el de Cristo! Con un rayo de  luz hizo de un enemigo un apóstol; con una mirada arranca de los ojos de Pedro, lágrimas que salvan; con una palabra resucita a Lázaro; con la orla de su vestido disipa el dolor y ahuyenta la muerte; con un dedo en el suelo hace caer las piedras de todas las manos agresivas y reclama el perdón para todos los atribulados del mundo. Inmenso poder. ¡Ante la figura de Cristo el mundo se asombra!

Cristo es la piedad con el desgraciado, la fraternidad con el pobre, la misericordia con el culpable, ternura con el pequeño, compasión con el miserable.

Después de Cristo el hombre tiene al frente el sendero de la verdad y la luz. Cristo enseñó el secreto de la justicia, de la paz y de la misericordia. En una sola palabra resumió la sabiduría del universo: Amor. Donde no hay amor pon amor y sacarás amor. Si se contesta al odio con el odio, ¿cuándo se acabará el odio? El Amor, palabra mágica que trajo Cristo del cielo a la Tierra. El amor allana todas las escabrosidades del mal y asegura la felicidad a la familia humana.

Hay que tener comprensión con quien no conoce a Cristo y conociéndolo no acoge sus doctrinas. Después de Cristo, el dolor se convirtió en experiencia purificadora. Cristo llegó al sacrificio con la mansedumbre de una oveja. Y su última exclamación fue para perdonar a quienes lo crucificaron. En el martirio se hizo conmovedora, sobrehumana y gigantesca la figura del Profeta, que antes, ni después, nadie ha superado la parábola excepcional de Jesús, el Hombre-Dios por excelencia. Nunca los dioses paganos, con su efímera belleza, han podido superar la belleza ideal del Jesús moribundo, acorralado y exterminado por la maldad humana.

Unos versos estremecedores recuerdan este episodio divino: “Tú me mueves, Señor …Muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido… Muéveme tu amor de tal manera, que aunque no hubiera cielo yo te amara y aunque no hubiera infierno te temiera”.