Hay que defender las academias
Las academias en general conforman el centro cerebral de un país y su foco culminante. Un antiguo de nombre Academo legó a la República de Grecia un hermoso paseo, plantado de olivos perfumados. A este sitio concurría Platón para enseñar filosofía. Cuando falleció, los discípulos continuaron con la costumbre implantada por el gran sistematizador de la dialéctica. Una academia es en relación con un país, lo mismo que el cerebro, en relación con el cuerpo humano, la parte más trascendental y luminosa.
Juan Bautista Poquelin -Molière- murió sin que se le hubiera recibido en la Academia de Francia. Esta omisión fue reparada, colocando la institución en su sepulcro una bella placa de mármol con esta frase. “Si a Molière no le faltó en vida ningún honor, a la Academia de Francia sí le faltó el honor de haberlo tenido en su seno”.
El conocido investigador Vicente Pérez Silva escribió: “…Las academias son institutos sabios y benéficos, centros que cultivan la ciencia y consagran la fama de los intelectuales. Hay que defenderlas, pues impulsan el progreso de los pueblos… Gigantes de las letras fueron excluidos en Francia… Balzac, Zola, Daudet, Flaubert, Maupassant… Daudet escribió con odio contra las academias… Antonio Valbuena, en su obra Ripios Académicos, vomitó rencor en forma injusta contra los académicos españoles…”
Un famoso humanista expresó lo que sigue. La hostilidad de varios intelectuales en relación con las organizaciones académicas recuerda al rapazuelo que arroja guijarros contra los ventanales, para ver si al fin le permiten el acceso a la mansión. Víctor Hugo, antes de ingresar a la Academia Francesa afirmó: “Ustedes, señores académicos, saben gramática… en cambio yo sé escribir”.
En sus letanías dijo Rubén Darío: “De las academias, de las horribles epidemias, líbrame Señor”.
Coriolano, soberbiamente exclamó: “Sabed, enemigos míos, ¿por qué soy académico?... Por mis propios méritos”. El excéntrico Pirrón exigió que, una vez falleciera, se pusiera junto a su tumba, este epitafio: “Aquí yace Pirrón, quien no fue nada en la vida, ni siquiera académico”. José Eustasio Rivera sostenia: “Un académico es un buey; antes era un toro de lidia”.
La satanización de las Academias se explica en muchas oportunidades, por la envidia. El envidioso mira de reojo, con la cabeza gacha, con los ojos del voyerista, por una rendija. Y qué siente el envidioso. Siente frustración y el rencor le carcome el alma. El envidioso grita a todo pulmón que detesta la envidia, que nunca ha sentido envidia. Mandeville comenta que la envidia es tan natural al hombre y al intelectual como el hambre, la sed… Increíble pero cierto. La envidia impulsa a muchos a la superación.
¿Qué las academias son ancianatos? A una academia sólo accede lo maduro y lo valioso, lo que sobresale. Esto mismo ocurre con los museos. Un académico es el mejor amigo. Elocuente cuando habla; sabio cuando da consejo; leal con el humanismo. Es maravilloso compartir su inteligencia y disfrutar su sabiduría y experiencia.