Hugo Quintero Bernate | El Nuevo Siglo
Martes, 15 de Septiembre de 2015

 

“Para Gobierno venezolano los hechos no existen”

ARRECIFES

La vecindad

La   sentencia condenatoria que el Gobierno de Venezuela profirió en contra de Leopoldo López, uno de los líderes de la siempre dividida oposición política de ese país, es una evidencia plena del final de esa democracia. O por lo menos del sistema de organización estatal que desde esa izquierda sesentera descalifican como “democracia burguesa”, caracterizada entre otras cosas por la división de poderes y la prevalencia de algunas libertades -prensa, opinión, empresa, etcétera-.

Los medios colombianos registraron apenas como anécdota que una de las peticiones oficiales de la Canciller venezolana a su homóloga colombiana fue la de “controlar” las informaciones sobre las deportaciones masivas de colombianos. Para el Gobierno venezolano los hechos no existen en la realidad sino en la difusión que los medios hacen de ellos. Extraña tesis para un Gobierno de izquierda inspirado entre otros ideólogos en Lenin, para quien los hechos siempre son tozudos e inocultables.

No es raro que los déspotas de todas las ideologías identifiquen siempre como primer enemigo de sus encargos mesiánicos a la prensa o mejor a la libertad de informar y ser informado. El concepto de libertad de opinión de la mayoría de los hombres cambia radicalmente cuando ejercen el poder. De la defensa absoluta de la opinión libre, pasan a la de considerar libre solo la opinión que coincide con la suya.

Correa en el Ecuador ha pasado más tiempo clausurando revistas y periódicos o multándolos o simplemente censurándolos, que gobernando. Verdaderos ejércitos de “trolls” aparecen en las redes sociales para matonear a cualquiera que se atreva a publicar en twitter o en algún blog una opinión contraria a la oficial del Gobierno ecuatoriano. Maduro en Venezuela fue acabando sistemáticamente con todos los canales de televisión no oficiales o con la prensa medianamente independiente. Cuba es el ejemplo de todos ellos y “Granma” su ideal informativo.

Nada distinto de lo que hizo Pinochet desde la otra orilla ideológica o Franco en la España que todavía algunos añoran, allá y acá. E incluso gente de partidos de centro o formalmente liberales han caído en las mismas tentaciones.

Todavía hoy sigue doliendo el silencio que se impuso Hernán Peláez en La Luciérnaga como protesta por la salida de Édgar Artunduaga impuesta por el Gobierno de la época. O resuenan las quejas de Gaviria contra el mismo programa al entonces todopoderoso Augusto López. Muy liberales o muy conservadores, pero del mismo talante “delicado” cuando de soportar críticas se trata.

Petro y Uribe, tan supuestamente distintos, se hermanan en su tratamiento a las opiniones divergentes. El primero acuñó el concepto de “mafioperiodistas” como concepto descalificante siempre asociado a conspiraciones en su contra. El segundo redujo a los periodistas críticos a terroristas o auxiliadores de la guerrilla, dignos de ser perseguidos por su DAS.

Lamentablemente la independencia judicial y la prensa libre la han venido relativizando en aras de los intereses de cada quien. La izquierda celebra los fallos contraevidentes contra los opositores de centro o de derecha, y ésta hace lo propio contra los izquierdistas. Un juego peligroso en el que todos pueden ser víctimas. 

@Quinternatte