Ser plenamente humano no es una condición automática que nos sea dada por nacimiento dentro de esta especie homo sapiens sapiens. Para ser realmente humanos, necesitamos construirnos conscientemente cada día.
En este plano material todos, ¡todos!, estamos en proceso de construcción. Diferentes tradiciones de sabiduría apuntan a señalar que de las especies autoconscientes de los multiversos, los humanos de esta Tierra somos los seres más pequeños en el desarrollo de la autoconsciencia. Claro, de entrada creo que no somos los únicos en la vastedad del espacio, que hay seres más avanzados. Resultaría bastante prepotente creer otra cosa, más aún cuando cada día se descubren nuevos sistemas celestes, nuevas galaxias e incluso exoplanetas similares al nuestro. Verdaderamente creo que somos pequeños, que habitamos un prekínder existencial y los errores que seguimos cometiendo dan prueba de ello: atentamos contra nuestra propia vida o la ajena; nos saboteamos la existencia al cambiar ecosistemas que hacen posible la vida por el dinero efímero; preservamos modelos económicos que fomentan la inequidad y aumentan la pobreza; perpetuamos modelos educativos diseñados para la esclavitud y no para la libertad; sostenemos en el poder a personas que lejos de ser servidores públicos se dedican al robo profesional. Le hacemos el juego a todo lo que no nos permite ser plenamente humanos.
La transformación del mundo no va a venir desde afuera, desde quienes ostentan el poder, con menor o mayor probidad. Los gobernantes y legisladores que elegimos difícilmente van a generar grandes cambios que en realidad nos humanicen, por mucha buena voluntad que algunos tengan genuinamente y muchos otros simulen artísticamente. Ese proceso de humanización es personal e intransferible: corresponde a cada persona ampliar su consciencia, evolucionar en su propio desarrollo interior hacia condiciones con cada vez mayor amor y armonía. Para ello, necesitamos avanzar en la recuperación de nuestro propio poder y aventurarnos a ejercerlo. Sí, los sistemas educativos, económicos y políticos apuntan, en su gran mayoría, a que no reconozcamos nuestro poder ni lo ejerzamos. Por fortuna hay cada vez más excepciones que avivan la esperanza sobre la humanización: pedagogías incluyentes que reconocen al ser humano; modelos económicos solidarios que se basan en la colaboración y el crecimiento colectivo que favorece al personal; plataformas políticas que le apuestan al reconocimiento pleno de los derechos a ser humanos, así como a sus deberes, como correlato natural. Pero, en últimas, la tarea es de cada quien.
Nos construimos como humanos cuando reconocemos nuestras emociones y las relacionamos con lo que nos ocurre en el cuerpo que somos; nos humanizamos cuando somos capaces de relacionarnos más amorosamente con los demás seres que habitan este gran ecosistema azul que orbita alrededor del sol; nos construimos como humanos cuando, en medio de la incertidumbre, somos capaces de reconocer la paradoja de nuestra pequeñez en relación con el mundo que habitamos y nuestra grandeza para lograr transformaciones vitales. Nos humanizamos cuando ejercemos la compasión y nos ponemos en los zapatos del otro, de ese que tiene aciertos formidables y errores garrafales, al igual que nosotros. Nos hacemos humanos cuando nos perdonamos y perdonamos, cuando nos abrazamos y abrazamos, cuando trascendemos en consciencia y superamos, poco a poco, nuestra animalidad. ¡Es posible!