Desde cuando propusimos el Programa que hoy se conoce como Banca de las Oportunidades (agosto 2005) planteamos que era necesario focalizar el gasto social y desarrollar una cultura institucional para combatir la pobreza y explorar enfoques innovadores de acuerdo a las recomendaciones del Grameen Bank, en Bangladesh. Para combatir la pobreza no hay recetas mágicas y el vaivén de nuestra economía, por el colapso de la renta petrolera, obliga a persistir en lo logrado y a releer los datos para encontrar los caminos inciertos que conduzcan a descifrar la economía de los pobres.
La política pública de inclusión financiera se concretó en la Banca de las Oportunidades que “en sus primeros años estuvo orientada a elevar los niveles de cobertura financiera facilitando el acceso a la población… a través de sucursales, corresponsales y asesores móviles”. “Posteriormente, ha implementado proyectos en diversos temas relacionados con elevar el uso activo de los productos financieros y desarrollar una oferta más ajustada a las necesidades de la población.”
Los párrafos citados corresponden al Reporte de Inclusión Financiera 2016, presentado, la semana pasada, por la Superintendencia Financiera y la Banca de las Oportunidades. Destaco algunos datos actualizados: 26.01 millones de adultos tiene algún producto financiero. De estos, 22.04 millones usan sus productos activamente. Sigue creciendo el número de adultos con productos activos. Se otorgan cerca de 2 millones de microcréditos al año por un monto promedio de 7 billones de pesos y un acumulado, entre 2010 y 2016, de 16 millones de microcréditos por un monto aproximado de 52 billones de pesos. El actual escepticismo de los colombianos se refleja en la desaceleración del crecimiento de los usuarios con créditos vigentes, con excepción del microcrédito.
El Reporte registra que el éxito de la Banca de las Oportunidades es tal que Colombia se destaca como uno de los países con mejor entorno para la inclusión financiera, expresamente reconocido en estudios de organismos mundiales especializados.
Ha sido a paso lento que se ha logrado relacionar la inclusión financiera y el microcrédito con la equidad y la reducción de la pobreza. Esta discusión se inició con los funcionarios del Ministerio de Hacienda del 2006, quienes desdibujaron el Banco de los Pobres que propusimos y lo limitaron a impulsar la bancarización. El diseño así impuesto se fundamentó en la siguiente afirmación: “Las Micro finanzas no son una herramienta política para resolver los problemas de la pobreza” (B.Marulanda.DNP-MERPD,2007). Ahora, la nueva óptica emana de investigaciones del CGAP/2015, de la meta del Banco Mundial y de sus países miembros de lograr acceso financiero para toda la población mundial adulta en el 2020, y de la relación con la agenda de las Naciones Unidas 2030.
Es oportuno proponer que el rediseño de la Banca de las Oportunidades debe orientarse a impulsar los microcréditos continuados con escalamiento progresivo y, ojalá focalizados en la masa de jóvenes desempleados. El proyecto de ley sobre microcréditos, de autoría del Senador Efraín Cepeda, Presidente del Senado, es apropiado para precisar estas regulaciones. La bancarización como arma para combatir la pobreza ha sido la tesonera propuesta del Partido Conservador Colombiano. Nos complace estar ganando esa batalla.