JAIME PINZÓN LÓPEZ | El Nuevo Siglo
Miércoles, 24 de Septiembre de 2014

¡Qué lenguaje!

 

En la historia han quedado registrados grandes debates parlamentarios, nombres de oradores elocuentes, análisis de problemas con posiciones diferentes, cruces de frases acaloradas. Eso es inherente al funcionamiento de las corporaciones públicas con representación de voceros de distintos partidos y sectores sociales.

Recordamos a Cicerón en el Senado romano, a Winston Churchill en la Cámara de los Comunes en Inglaterra y en Colombia a Laureano Gómez,  a Jorge Eliécer Gaitán, para no citar sino a cuatro de los muchos parlamentarios con capacidad dialéctica y elocuencia en el tratamiento de temas cruciales, en tiempos de paz o de guerra. A  ellos se les reconoce el buen uso del lenguaje, estilos propios, con independencia sobre el acuerdo o discrepancia respecto de las tesis que expusieron y los puntos de vista sustentados. Hicieron honor a sus curules, acertados o equivocados en sus planteamientos. Lo anterior porque es inadecuado el lenguaje utilizado en reciente debate el cual traspasó los límites de las buenas maneras con proliferación de múltiples injurias, de insultos que confunden y debilitan la imagen del Congreso. “Las injurias -según Rousseau- son las razones de quienes no tienen razón”. Los parlamentarios se eligen para hablar, discutir y legislar, no para gritar, ni armar escándalos. El tono destemplado sobra.

A todos nos interesa profundizar el complejo problema del “paramilitarismo” y discutir lo concerniente con la guerrilla, las Farc, el Eln y otros movimientos cuyo transcurrir merece cuidadoso análisis, inclusive para determinar responsabilidades en referencia a la comisión de sucesos perturbadores de destrucción y muerte. Esto es legítimo y no ejercicio vedado, máxime cuando los principales protagonistas del debate, desde lados opuestos, son víctimas de la cruel violencia y han sufrido la pérdida de familiares. Todavía no hemos profundizado lo suficiente acerca de la feroz embestida de los capos de la droga y de la delincuencia. Que se formulen acusaciones y se repitan otras cabe. Que la Justicia y la opinión pública las conozca es oportuno, máxime cuando tocan con el comportamiento de la clase política. Resulta benéfico discutir para aclarar, profundizar y valorar lo acaecido en lamentables episodios de un pasado no tan lejano.

Pero ¡qué lenguaje! Impropio, improcedente y vergonzoso. Su uso debilita la democracia entre el fuego cruzado por encima de nuestras cabezas. Ojalá se supere el eco de infortunadas expresiones, por fortuna pronunciadas no por la mayoría de los participantes y, para empezar, conviene rectificar de tajo  el exabrupto de llamar, por ejemplo, “rata de alcantarilla” a un expresidente de la República. Ello es grosero e inaceptable.